"La libertad de mercado no puede amparar la producción de sustancias perjudiciales para el ser humano", según lo cual debería paralizarse prácticamente toda la producción industrial, desde la producción de vehículos que funcionen con hidrocarburos hasta gran parte de los alimentos; aunque hay una notable diferencia: el que se drogase es porque así lo habría decidido, y su libre decisión no le afectaría nada más que a su salud (y tiene todo el derecho a hacer con su vida lo que desee) ; el que, al vivir en la urbe, sufre enfermedades graves pulmonares debido a la contaminación del tráfico motorizado, por ejemplo, las sufre aunque no lo quiera y sin poder decidir nada.
Discrepo por completo con el artículo. La libertad de mercado no puede amparar la producción de sustancias perjudiciales para el ser humano. Esa producción debe ser prohibida y perseguida y el hecho de que la eliminación total es un objetivo inalcanzable no debe oscurecer el hecho de que todo el trabajo de persecución tiene su parte de recompensa en la cantidad de producto que no ha podido ser consumida. Se pueden cantar las excelencias de la libertad invocando incluso que la libertad para equivocarse permite a los individuos aprender de los errores. Siempre que las equivocaciones permitan una segunda oportunidad. Desgraciadamente, no suele ser el caso con las drogas
El argumento de manupere es capcioso, demagógico y, además, simple: el derecho a obtener el permiso de circular con vehículos está ahí, pero no significa que los infantes puedan conducir vehículos a motor (aunque sí montar en bicicleta). Que la droga fuese legal, no significa que no haya normas para su consumo, como también las hay para el consumo de alcohol; conducir es legal (si se tiene el permiso), pero no así conducir en estado de embriaguez.
El que se droga es porque así lo decide libremente. Su decisión sólo a él le incumbre. Por lo tanto, no debería ser delito, ni el consumo, ni la producción, ni la distribución. Completamente de acuerdo con lo expuesto en el artículo.
Tengan en cuenta que la mera legalización de algo tiene como efecto (deseado o indeseado) su legitimación moral. En 1983, muy pocos españoles estaban a favor de despenalizar el aborto. En 2009, la mayoría de los españoles están conformes con la legislación actual y un buen número lo están también con la reforma Aído.
Esto es sólo un ejemplo. Mi temor es que, con la legalización de las drogas, pueda ocurrir lo mismo: Que una mayoría termine aceptando como lo más normal del mundo el consumo de drogas.
Entonces, ¿para José Carlos Rodríguez debería ser legal repartir droga a la salida de los colegios? ¿Debería ser legal retirarla libremente de los estancos? ¿Debería impedirse su venta a menores?
Yo creo que los liberales descansan demasiado en el principio de no agresión, aceptando todo lo que sea respestuoso con el mismo pero rechazando la aplicación de otros principios, como puede ser el de bien común. Sería mejor que nadie consumiese drogas; impidámoslo, pues.
No se trata de una utopía que unos pocos locos quieran imponer a la mayoría; se trata de algo en lo que hay consenso científico y social. Las drogas hacen daño al consumidor, pero también a su familia y a toda la sociedad. El adicto necesita dinero para pagársela y cada vez tiene menos facultades para conseguirlo. Ello conlleva una mayor delincuencia. Por tanto, aunque consumir drogas no suponga una agresión directa a los demás, sí aumenta el riesgo de que esa agresión se produzca en el futuro.
¿Tengo yo derecho a pasearme por la barandilla de mi terraza en un octavo piso? Es mi terraza y mi vida.
Parece claro que no tengo ese derecho en cuanto esa actitud en principio no agresora puede ser un riesgo para los demás.
Absolutamente de acuerdo con el autor. Entre los liberales o ultraliberales existe (existimos) la corriente de los que creemos que es una cuestión de libertad personal y que los daños sociales se evitan eliminando a la mafia, dejando que tome cabalmente su lugar, el mercado y la libre voluntad -que existe, es un error tener como retrato robot del adicto a un yonqui callejero-. El problema es que para que el libre mercado de drogas pudiera implantarse, sería necesario un cambio de mentalidad, una no demonización de las sustancias -herramientas, nada más, es la misma discusión que sobre el libre mercado de armas y la autodefensa-, una educación ciudadana de su libre uso y disfrute.
COPELAND, por la misma razón, deberíamos prohibir la fabricación, distribución y uso de la lejía, ya que tampoco se trata de un producto inocuo, que provoca graves accidentes e incluso muertes, y que se ceba, precisamente, en la capa de la población más desvalida, como son los niños, que por descuido o negligencia de sus padres tienen este producto a su alcance, sin instruirles en los graves daños que pueden derivar de su consumo.
Vale, no te sirve el argumento, porque la lejía sólo se ingiere por accidente y no con el propósito de colocarse. Pues en ese caso prohibamos el pegamento Supergén, la droga de los pobres, que provoca graves daños cerebrales entre los niños que la usan para colocarse a falta de otra droga barata.
El papel del estado no es (o no debería ser) cuidar de los ciudadanos como si fuesen niños para que no se hagan daño. Entre otras cosas, porque no sabe, y siempre que lo ha intentado ha acabado haciendo más daño que el que ha intentado evitar.
Y en cuanto a la esclavitud voluntaria, totalmente de acuerdo. Siempre que responda a una decisión libre y voluntaria de una persona, debería ser legítima y nadie debería inmiscuirse en las razones que han llevado a esa situación.
Inyectarse en el brazo no es tomarse un pelotazo. No es un tema sencillo.
No estoy de acuerdo en absoluto con la premisa mayor aunque sí en la menor. Sí hay víctimas de las drogas: Los toxicómanos, que en el momento en que se enganchan a las drogas se ven privados de su voluntad, de su libertad porque ya no pueden dejar de consumirlas, aparte del grave perjuicio que suponen para la salud e incluso para la propia vida. Por no hablar de sus familias y las personas cercanas. O quienes tienen la mala suerte de interponerse en el camino de quienes bajo sus efectos convierten actividades cotidianas en una actividad de alto riesgo, como como conducir un vehículo.
Podremos discrepar acerca de si los medios son los adecuados para conseguir los fines (parece obvio que no), pero desde luego que las drogas no son sustancias inocuas y que lo deseable sería que su consumo quedara reducido al menor número de personas posible, creo que está fuera de toda duda.
Permitir las drogas con el argumento de que quien quiera hacerse daño a sí mismo es un problema exclusivamente suyo (cuando sabemos que raramente los adultos caen en toxicománías, que se ceban con la gente más joven, inexperta, poco formada, rebelde y sin recursos intelectuales y volitivos para afrontar sus problemas vitales) equivaldría a permitir que cualquiera, libremente, renunciara a su libertad para ser sometido a esclavitud o servidumbre de otro.
Al fin y al cabo tampoco habría víctima, ¿no?
Por supuesto que la guerra contra las drogas se ha perdido, si es que alguna vez se ha querido luchar, que lo dudo. Hace casi 20 años que ésto se lo escuche a una hiperpija madrileña a la que llegué a conocer muy bien. Y tenía razón.
Tengo la impresión de que en toda esta mierda de asunto el mundo está siendo víctima de la hipocresía gringa. Un miserable camello colombiano que vende 10 g de coca puede comerse un montón de años de cárcel. Pero aquellas preciosidades que conocí en Miami podían esnifar cada una de ellas la misma cantidad en un fin de semana (sobre todo si se la regalaban, cosa increíblemente frecuente, ya os podéis imaginar el porqué) y no les pasaba nada. Parece claro que mientras consumir sea gratis no hay nada que hacer.
Así, por ejemplo, jamás he visto conductas sexuales más desinhibidas que entre los habitantes de Miami Beach (hacia 1990-2). Todo el mundo parecía ser bi-tri o tetrasexual. Las parejas, trios y cuartetos entre ellos, ellas y elles no llegaban a durar un fin de semana. Con sida o sin sida. Lincoln st. era Sodoma, Gomorra, la cama de Mesalina y el coño de la Bernarda. Pero resulta que en el estado de al lado una fellatio te podía costar unos mesecitos a la sombra en compañía de lo mejor de cada casa.
Todo pura hipocresía. En la lucha contra las drogas sería más útil el carnet por puntos que Alcalá-Meco.