Irán elige
Todos se han mostrado partidarios del tema que enfrenta a Irán con el mundo, el programa nuclear, desarrollado en violación del Tratado de No Proliferación del que el país es signatario, que defienden como puramente civil.
Irán es más que una dictadura, casi un régimen totalitario, pero un extraño totalitarismo. De acuerdo con una rigurosa ley islámica, hace amputaciones públicas a delincuentes, lapida a adulteras y homosexuales, comete toda clase de violentas arbitrariedades contra los opositores cuando cree convenirle, adiestra y financia terroristas a gran escala y viola acuerdos internacionales. Pero al mismo tiempo deja un cierto margen de esporádica y precaria libertad de expresión a universitarios y opositores, cuya capacidad de organización bloquea mucho antes de que se conviertan en una amenaza. Estas manifestaciones de libertad vigilada sorprenden y a veces engañan a los visitantes.
La más extrema manifestación de estas contradicciones controladas en toda la historia del régimen ha sido la campaña para las elecciones presidenciales celebradas el pasado viernes doce. El enfrentamiento ha sido tan feroz que cabe preguntarse si se le escapó de las manos al líder supremo –verdadero y eficaz poder último–, el guardián de la revolución Gran Ayatola Jamenei, designado como sucesor por Jomeini.
Jamenei ha mantenido un riguroso silencio durante todo el proceso, y otro de los pesos pesados del régimen, el Ayatola Rafsanyani, ha roto un tabú atreviéndose a criticarlo en carta pública. En el propio Irán se ha extendido la opinión de que estas elecciones representan una novedad decisiva en la Revolución, que este año cumple los treinta. La mayor parte de la joven población ha nacido bajo el régimen.
Lo que no tiene nada de novedoso es que los cuatro competidores por el puesto presidencial, incluido su ocupante de ahora, Ahmadineyad, son hombres del régimen, el cual filtra cuidadosamente a los candidatos. Partidarios del presidente que trata de revalidar su puesto han acusado a los rivales de haber sido incluso más radicales que su favorito. La respuesta es sí, pero en los tiempos iniciales. En todo caso, todos se han mostrado partidarios del tema que enfrenta a Irán con el mundo, el programa nuclear, desarrollado en violación del Tratado de No Proliferación del que el país es signatario, que defienden como puramente civil, pero que carece por completo de sentido fuera de una decidida intencionalidad militar.
Se trata por tanto de una pura lucha intestina por el poder, pero una lucha a la que se apuntan incluso muchos de los más decididos opositores del régimen, esperando que los posiciones enfrentadas tengan algunas consecuencias prácticas para la vida de los ciudadanos.
Aunque los temas internacionales salieron en los debates televisados entre Ahmadineyad y su principal contendiente, el ex primer ministro Mousavi, la campaña ha girado en torno a la economía. Los sectores más críticos señalan el progresivo hundimiento del país. El presidente en funciones defiende su gestión a favor de los más pobres. Una típica política de utilizar los caudales públicos para crear dependencia y asegurarse votos.
Más allá del estricto control de los candidatos, en un régimen como el iraní resulta siempre muy ingenuo creer que los resultados reflejan la voluntad popular. No es sorprendente que Ahmadineyad se haya alzado con la victoria. Las encuestas le daban una cómoda victoria a Mousavi, pero son encuestas de la oposición, cuya fiabilidad no es certificable. Lo que sí es una novedad es el clamor de denuncias de fraude. El régimen ha mostrado una elevada inmunidad frente a presiones populares. Es sumamente improbable que ahora sea distinto.
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