Guerra contra la modernidad
No hay razón –que no sea una quimera– para creer que los gobernantes iraníes y otros islamistas buscan relaciones cordiales con lo que ellos estiman es un Occidente decadente y satánico.
La guerra emprendida contra Occidente también es una guerra contra la modernidad. Por casi mil años, el islam reinó sin duda en gran parte del mundo. Pero con el devenir de la era moderna –que generalmente se cuenta desde principios del siglo XVIII– el cristianismo superó al mundo musulmán en casi todos los parámetros. Los islamistas creen que la destrucción de todo lo moderno es necesaria para que el islam recupere el poder al que tiene derecho.
"Los que no saben nada sobre el islam sostienen que el islam se posiciona en contra de la guerra", escribía el ayatolá Rujolá Jomeni en 1942. "Los [que dicen esto] son necios. Los que estudien la yihad entenderán por qué el islam quiere conquistar el mundo entero".
Más de tres décadas después, Jomeini pondría su teoría en práctica, liderando una revolución no solamente contra el Shá de Irán, sino también contra Estados Unidos y otras democracias liberales modernas.
La modernidad vino de la mano con la Revolución Industrial: el desarrollo de una extensa variedad de invenciones mecánicas, tecnológicas y científicas. Las sociedades islámicas no demostraron grandes aptitudes en este campo. Por ello, entre otros motivos, se quedaron atrasadas económicamente, con la notable excepción de esos regímenes que encontraron petróleo en sus tierras. Fue la Revolución Industrial la que hizo del petróleo un elemento valioso. Los occidentales lo descubrieron, lo bombearon, lo refinaron y lo han usado desde entonces para alimentar las máquinas producidas por Occidente.
Un componente importante de la Revolución Industrial fue el armamento mecanizado: armas, cañones, tanques, misiles. Inicialmente, esto también favoreció a Occidente. En los albores de su carrera, Winston Churchill luchó contra una variedad de islam radical en el Sudán. En 1899 escribió que esta "fe militante y proselitista" debería considerarse como una grave amenaza y "si no fuera porque el cristianismo está protegido por los fuertes brazos de la ciencia... la civilización de la Europa moderna podría caer al igual que le sucedió a la civilización de la antigua Roma".
Los recientes atentados terroristas –un avión de pasajeros hecho en Estados Unidos se convierte en misil islamista, un teléfono móvil hecho en Europa detona un aparato explosivo en Afganistán– han convertido las tecnológicas en un arma; es demasiado pronto para predecir hasta qué punto se ha llegado.
A lo largo de la mayor parte de la historia, la guerra fue considerada como algo glorioso, al menos por reyes, generales y otros que ostentaban el poder. Nadie expresó esta opinión más elocuentemente que Genghis Khan quien conquistó muchas tierras islámicas en el siglo XIII y que dijo con entusiasmo: "La alegría más grande para el hombre es la victoria: conquistar a sus enemigos; perseguirlos; privarlos de sus posesiones; hacer que sus seres queridos lloren; montar en sus caballos; y abrazar a sus esposas e hijas". Para la gente moderna, semejantes manifestaciones suenan como algo absurdo. Los terribles conflictos del siglo XIX y del siglo XX hicieron que la mayoría de occidentales apreciaran la paz como un tesoro y que vieran la guerra como un infierno de último recurso.
Pero creer que todas las culturas han llegado a considerar la guerra de esta misma manera es un espejismo. Jomeini explicaba lo que él interpretaba como la apropiada perspectiva musulmana: "El islam dice: Maten a [los no-musulmanes], pásenlos por la espada y dispersen [sus ejércitos]. ¡La gente no puede convertirse en obediente excepto por la espada! ¡La espada es la llave del paraíso que solamente los guerreros santos pueden abrir!. Hay centenares de otros salmos [coránicos] y dichos [del profeta] que exhortan a los musulmanes a valorar la guerra y a luchar".
El presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y el ayatolá supremo Ali Jamenei son dedicados jomeinistas. Si usted entiende esto, entenderá que no tiene sentido intentar tener contactos con ellos agitando la perspectiva de la "paz". Como recientemente escribió el académico Fouad Ajami, para los islamistas militantes, las treguas y los acuerdos negociados son "en el mejor de los casos un respiro antes de retomar la lucha por su utopía".
Es muy poco serio decir –como lo han hecho los antiguos miembros del Consejo de Seguridad Nacional Flynt y Hillary Leverett en un reciente editorial en el New York Times– que los problemas de Estados Unidos con Irán derivan "de la legítima preocupación por las intenciones americanas" y que lo que a nosotros nos parece hostilidad es en realidad "una reacción fundamentalmente defensiva" por parte del régimen.
Solamente el autoengaño puede explicar su insistencia de que ojalá el presidente Obama "desee trabajar con Teherán para integrar [a Hamás y Hezbolá] como partes en acuerdos duraderos para resolver los principales conflictos políticos de Oriente Medio". Acuerdos que surjan de compromisos y no a través de la conquista y la victoria no es lo que quieren los yihadistas militantes. Y esos "principales conflictos políticos de Oriente Medio" no son nada más que síntomas, no son la enfermedad.
No hay razón –que no sea una quimera– para creer que los gobernantes iraníes y otros islamistas buscan relaciones cordiales con lo que ellos estiman es un Occidente decadente y satánico. Sin embargo, una administración americana tras otra ha actuado como si la verdad fuese distinta. Hace un año en su último viaje europeo como presidente, George W. Bush dijo que los gobernantes en Teherán tendrían que acabar con su deseo de poseer armas nucleares si quieren tener vínculos más cercanos con Estados Unidos y Europa. "Bien pueden sufrir el aislamiento o tener mejores relaciones con todos nosotros", dijo el ex presidente. Uno puede imaginarse a los líderes en Irán riéndose y moviendo la cabeza en desconcierto. Lo que ellos buscan no es nuestra amistad. Es nuestra sumisión. Confundir este principio representa un enorme riesgo.
La Casa Blanca respondió exactamente de la misma forma a la prueba de un dispositivo nuclear por Corea del Norte –régimen que ha suministrado tecnología de misiles y de otros tipos a Irán y a su cliente, Siria– diciendo que "semejantes provocaciones solamente servirán para hundir aún más en el aislamiento a Corea del Norte".
Si el dictador norcoreano Kim Jong Il fuera un hombre moderno, estaría echando lagrimones ante tal perspectiva. Pero al igual que los líderes en Irán, él no se ha modernizado, por tanto eso no le importará. Él seguirá muy feliz en sus trece hasta que, y a menos que, alguien lo detenga.
©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg
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