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Alberto Acereda

La audacia del fracaso

El honesto deseo de que Obama fracasara en sus políticas se confundió por parte de muchos con el deseo del fracaso de la nación entera, cuando se trataba de lo contario: desear el fracaso de Obama era aspirar a conservar lo mejor de Estados Unidos.

De la audacia de la esperanza con la que Barack Obama tituló su libro hemos pasado en poco tiempo a la audacia del fracaso. Es así como en menos de cinco meses se empieza ya a definir la nueva América que Obama está rediseñando. Del cambio y la regeneración de la vida nacional enarbolada durante su campaña presidencial hemos pasado a la repetición de los viejos errores, a un incremento del intervencionismo, a la monopolización de una crisis y a la mayor ampliación del Gran Estado jamás visto por estas tierras. Es por eso que la elección de Obama a la presidencia constituye a juicio de quien esto escribe uno de los mayores timos políticos de la historia de Estados Unidos. El tiempo y la historia dirán si nos equivocamos.

De momento, los números cantan y Estados Unidos sufre ya hoy el mayor índice de desempleo en más de un cuarto de siglo. Nunca antes un presidente había nombrado tantos "zares" con sumo poder sobre tantas cosas y sin responsabilidad alguna hacia el poder legislativo. Nunca antes tampoco un presidente había generado un déficit público tan abominable como el que ahora padecemos y que algunos han calificado ya de robo generacional. Una mirada objetiva a los datos económicos explica que fuéramos muchos quienes deseáramos desde buen principio que Obama fracasara en su gestión. No tanto por Obama en sí, sino porque sus propuestas y su gestión eran y siguen siendo la pócima perfecta para encaramar a Estados Unidos hacia un hondo precipicio. Como bien apuntan nuestros amigos de la revista Reason en su más reciente portada, Obama va a repetir el error japonés de la década perdida de los noventa. O peor.

Lamentablemente, la honesta expresión del deseo de que Obama fracasara en sus políticas se confundió por parte de muchos con el deseo del fracaso de la nación entera, cuando precisamente se trataba de lo contario: desear el fracaso de Obama no era más que aspirar a defender y conservar lo mejor de Estados Unidos y los pilares de su libertad individual y económica. Los pocos que han venido hablando claro y deseando el fracaso de Obama fueron atacados, vejados y demonizados en la vida pública y especialmente en los medios de comunicación, mayormente favorables a Obama. Los miembros del Partido Demócrata se llevaron hipócritamente las manos a la cabeza cada vez que algún conservador salía deseando el fracaso de Obama. A partir de ahí, la maquinaria para marginar a la oposición se puso en marcha y mentar siquiera al señor presidente resultaba y sigue resultando casi un ejercicio de heroísmo.

En esto, como en tantas otras cosas, la hipocresía de la izquierda enquistada en el Partido Demócrata alcanzó y sigue alcanzando cotas impensables. Como las hemerotecas no mienten, siempre resulta un sano ejercicio intelectual echar una mirada a las muchas veces que estos maestros de la hipocresía zurda desearon el más absoluto fracaso de George W. Bush y aun el de la acción militar de Estados Unidos en Irak. En los años más duros en Irak durante la Administración Bush, los políticos del Partido Demócrata, incluidos sus líderes y sus serviles títeres de la incomunicación, no se mordieron la lengua y airearon su esperanza y su deseo de un estrepitoso fracaso de Bush. Desde diversos frentes, lo anhelaron y aun lo promovieron. Por entonces, desear el fracaso del cowboy de Crawford era permisible. Hacer ahora lo mismo con el mesiánico elitista de Harvard resulta, en cambio, prohibido. Veamos algunos ejemplos de lo dicho por la hipocresía del Partido Demócrata y sus adeptos sobre Bush, los mismos que tanto se enfadan ahora cuando se cuestiona a Obama.

Jesse Jackson, ya en diciembre de 2000, antes de acceder Bush a la presidencia afirmó: "Vamos a llevar nuestra protesta a las calles, deslegitimaremos a Bush, lo desacreditaremos, haremos lo que haga falta pero nunca lo aceptaremos". El comentarista Bill Press, en diciembre de 2000, aseguró: "Ciertamente no queremos que Bush acierte mucho". El periodista EJ Dionne Jr., tituló su columna de opinión en enero de 2001 así: Los demócratas a la espera de que George W. Bush falle. El asesor demócrata James Carville, horas antes del 11-S: "Espero que Bush no tenga éxito". Lo mismo el senador demócrata Jay Rockefeller, quien en octubre de 2003 escribió y distribuyó un memorándum entre los demócratas para politizar la guerra de Irak y presentar a Bush como un perdedor y la guerra como algo ya perdido. Harry Reid, el hoy líder de los senadores demócratas, afirmó en un colegio en mayo de 2005: "Este Bush es un perdedor". Y Howard Dean, en diciembre de 2005, afirmó: "La idea de que vamos a ganar la guerra de Irak es una idea llanamente errada".

Tras las elecciones intermedias de 2006, los demócratas siguieron deseando que Bush y sus políticas fracasaran, incluida la escalada de tropas en la guerra de Irak. Así, otra vez Harry Reid, en abril de 2007: "Creo que esta guerra de Irak está perdida y que la escalada de tropas no está logrando nada". El congresista demócrata Jack Murtha afirmaba en julio de 2007: "La escalada de tropas en Irak es una locura. Es una política fallida envuelta en espejismos. No se puede ganar militarmente. Esa escalada es un perfecto ejemplo de la falta de avances. No ha habido ningún progreso". También el entonces novato senador Barack Obama afirmaba en agosto de 2007: "Los esfuerzos para estabilizar Irak han sido un completo fracaso". Y de nuevo el mismo Obama en septiembre de 2007 auguró erradamente: "No hay solución militar en Irak y nunca la hubo". Más recientemente, Nancy Pelosi se contradecía en febrero de 2008: "Lo de Irak es un fracaso. Un fracaso. Las tropas han tenido éxito. Dios las bendiga".

Los ejemplos del desesperado deseo entre los demócratas de que Bush fallara en casa y en Irak se pueden multiplicar y todos apuntan a lo mismo. Hoy sabemos ya que Bush y Petraeus acertaron finalmente en Irak. Uno entiende que la política sea un juego sucio e incluso a veces perverso. Pero precisamente por eso hace falta no perder de vista la historia. Igual que los políticos y comentaristas demócratas desearon que Bush fallara, sin importarles nada lo que Estados Unidos se jugaba entonces, hoy hay que aceptar que haya un importante sector de la población norteamericana que desea que las políticas intervencionistas de Obama fracasen por el bien de Estados Unidos: que falle en cada una de sus agendas socialdemócratas tendentes a hacer de esta nación lo que nunca fue y a fin de no seguir cayendo por el precipicio al que lleva esa audacia del fracaso.

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