La taza y media de Rajoy
Rajoy debería hacer el propósito de no volver a invocar el Congreso de Valencia que no fue modelo de nada de lo que tiene que ser el PP si quiere volver a gobernar en España.
¿De verdad cree Mariano Rajoy –como afirmó categóricamente el domingo por la noche desde el balcón de Génova– que el resultado obtenido por su partido en las elecciones europeas pone de manifiesto que "los españoles han avalado la estrategia que hizo el PP en el Congreso de Valencia?". Prefiero pensar que en el fondo no lo cree y que esa frase fue una concesión al Arriola o Moragas de turno, que le susurró al oído antes de salir al balcón: "Mariano, aprovecha para darles una 'tobita' a todos los que nos pusieron verdes hace un año con motivo del Congreso".
Quiero pensar, reitero, que Rajoy no cree eso, y que más bien está convencido de que la victoria del pasado domingo se debió a una concatenación de factores y de circunstancias entre los cuales una, no menor precisamente, fue el discurso de los valores que se atrevió a hacer y a mantener contra viento y marea, incluso contra el viento y la marea de personas de su propio partido, el cabeza de lista, Jaime Mayor Oreja.
Hacía mucho tiempo que no se oía a un dirigente popular defender con la claridad y sin los complejos que lo hizo Jaime Mayor, antes y durante la campaña, el derecho a la vida de los no nacidos, y por tanto su oposición a la ley del aborto; la familia constituida por la unión entre un hombre y una mujer como una institución básica para el desarrollo de la sociedad; una idea de España como gran nación que es, sin hacerse perdonar la vida por los nacionalismos; el derecho de todos los españoles a que se pueda hablar y enseñar el castellano en cualquier rincón de nuestro país.
Y a la vista de los resultados, ese discurso, que desde la brunete mediática gubernamental no se cansaron de calificar de ultraconservador y de carca, y a su defensor, de antiguo y persona del pasado, parece que gustó al electorado del PP, que llevaba una temporada sin oír esas cosas a sus actuales dirigentes. Como también parece que gustó que Jaime Mayor reivindicara con orgullo y sin complejos el pasado reciente del PP, los ochos años de los gobiernos populares de los que él formó parte al igual que Rajoy, o las figuras y el caudal político de personas como José María Aznar o Rodrigo Rato.
El Congreso de Valencia de hace un año significó precisamente todo lo contrario a lo que ha ganado el pasado domingo en las urnas. Valencia significó el intento necio, impulsado por unos ídem de romper con todo lo que supusiera la etapa de Aznar; Valencia significó la lapidación política y hasta personal de una mujer tan admirable como María San Gil; Valencia significó la falta de la más mínima democracia interna en un partido político para elegir a su líder en un momento de crisis; Valencia supuso la suma de todos los complejos arriolescos aceptados y apoyados, por acción o por omisión, por el propio Rajoy. Complejos que han llevado al actual núcleo dirigente del PP a ponerse de perfil, a hablar sólo de economía y a no mojarse en otro tipo de cuestiones, sobre todo de índole moral, que según esos estrategas de salón no iban a traer ningún rédito electoral.
Estas han sido las primeras elecciones de ámbito nacional que ha ganado el PP después de ocho años. Rajoy ya sabe lo que funciona. Tiene un electorado y unos militantes que a veces uno piensa que no se los merece. Si quiere ganar a Zapatero en las generales del 2012, no puede quedarse esperando a que el actual presidente se siga hundiendo por méritos propios. Debe en primer lugar fidelizar, como ha hecho Jaime Mayor, a los suyos y a partir de ahí, intentar sumar voluntades. Tiene que contar con todos los activos que hay en su partido; debe defender ideas, valores, transmitir y demostrar que cree en algo. Tiene que decir claramente qué cosas, si llega a La Moncloa, cambiará o rectificará de las hechas por Zapatero en estos años.
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