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David Jiménez Torres

Profes

En nuestra imagen cultural el profesor universitario ya no es, ni siquiera en Oxford, la eminencia, el líder intelectual impoluto, distante, la inteligencia en estado puro y virginal: es el profe, el cincuentón cuyo aliento apesta a café.

Y de lo trágico a lo cómico. Si hace una semana tocaba hablar de la relación entre el Conocimiento y el Mal, de los grandes intelectuales de la Historia que se han convertido en apóstoles de totalitarismos varios, de esa reflexión a que invita el hecho de que la sabiduría no garantice la bondad, los hechos de Oxford de esta semana nos traen a un terreno más mundano, más banal, más cutre, y quizás más actual. Del Mal pasamos a los pecadillos, de la propaganda ideológica a los tabloides, de los eruditos, los genios, los monstruos de la inteligencia, a los profes.

El incidente, del que creo que se ha hecho eco la prensa española, es éste: hace unos meses la poetisa Ruth Padel, candidata a la cátedra de poesía de la Universidad de Oxford, envió correos electrónicos a varios periódicos recordándoles que el otro principal aspirante al puesto, el Nobel Derek Walcott, había sido denunciado hacía años por acoso por un par de estudiantes. La prensa organizó una campaña contra Walcott, que retiró su candidatura tras recibir centenares de cartas anónimas; Padel se convirtió así en la primera mujer en obtener la cátedra desde su fundación, en 1708. Unos meses después, al revelarse la mano que tuvo Padel en la campaña contra Walcott, y ante una creciente indignación dentro de los círculos académicos, la poetisa ha renunciado al cargo. La historia tiene de todo: intrigas, envidias, enfrentamientos de género, emails anónimos, pasados turbios, periodistas, tabloides, y, sobre todo, profesores universitarios.

En realidad, lo interesante del tema es lo poco que choca ver este tipo de situaciones en el mundo académico. Los periódicos lo han vendido como un escándalo, pero con la familiaridad y el tono de quien sabe estar tratando un género. Tanto por la vertiente de la envidia (Padel) o de los líos de faldas de los profesores (Walcott), el "escándalo" encaja sin problemas en nuestra imagen cultural del profesor de universidad, o mejor dicho, del profe. Tanto a Padel como a Walcott les hemos visto en películas, les hemos leído en novelas. Tipos como el de Robin Williams en El club de los poetas muertos (o incluso en El indomable Will Hunting) son más bien anacrónicos, reminiscencias nostálgicas; en el otro extremo, Heidegger y Needham pertenecen a una generación incomprensible para nosotros. Hoy entendemos al profesor como al héroe de El animal moribundo, de Roth, o de Desgracia, de Coetzee; en el mejor de los casos, el de Jóvenes prodigiosos, en el peor, el de Las reglas del juego. En nuestra imagen cultural el profesor universitario ya no es, ni siquiera en Oxford, la eminencia, el líder intelectual impoluto, distante, la inteligencia en estado puro y virginal: es el profe, el cincuentón cuyo aliento apesta a café, el que invita a las estudiantes a su oficina a hablar de sus trabajos, el que intriga contra sus compañeros de claustro para acceder a puestos cuyos títulos ni entendemos: secretario de departamento, vicerrector, vicedecano.

El académico ha dejado de ser monstruo para convertirse en hombre. En hombre cutre. Porque figuras como las de Walcott y Padel ni siquiera tienen ningún halo especialmente trágico o heroico o truculento siquiera: no hay gloria alguna en sus figuras, simplemente la persecución de placeres banales. Los profes son el resultado, quizás positivo, de una época en que ya no creemos en las glorias o en las tragedias, sino en las banalidades medianamente simpáticas, o cuanto menos, que entretengan.

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