El Gran Visir de Despeñaperros
El Gran Visir de Despeñaperros donando diez millones de euros a su queridísima hija con luz, taquígrafos, palmeras, palmeros y, por si algo faltase aún, la sonrisa cálida, indulgente del presidente del Gobierno. Ni en Uganda.
Que ese abismo que aún separa a la Europa del norte de la del sur lo generan más las actitudes y los valores que la riqueza material, lo barruntábamos aquí no hace mucho. ¿Cómo resolver si no –añadíamos entonces– el supremo enigma estadístico de la España alegre y confiada del boom del ladrillo, aquel desconcertante país capaz de dar cobijo a cinco millones de inmigrantes mientras que el desempleo registrado entre sus nacionales nunca logró descender del ocho por ciento?
He ahí, para perplejidad de incautos, la clase de paradoja únicamente posible en la patria del Lazarillo de Tormes y el Buscón llamado Don Pablos. La misma patria que, por cierto, vería llover del cielo un interminable maná de 122.000 millones de euros en forma de ayudas comunitarias. Se dice rápido, 122.000 millones de euros: el mayor regalo que jamás haya recibido –ni jamás volverá a recibir– país soberano alguno.
De una sociedad con semejante pulso moral se podía esperar cualquier cosa. ¿De qué extrañarse, pues, si a los encausados en procesos judiciales por presunta corrupción ya sólo les falta acudir a los juicios con banda de música y firmar autógrafos a la salida? Y es que lo que aquí urge no es esa pretenciosa majadería, la del cambio de modelo productivo, sino un cambio de mentalidad, parada y fonda previa a la perentoria regeneración de los usos y costumbres civiles.
Así, siendo grave la muy institucional corrupción crónica de tanta taifa periférica, mucho peor resulta la cómplice indiferencia popular ante ese albañal ético. Imposible, sin ir más lejos, comprender la obscena ostentación que retrata al nepotismo de la Junta de Andalucía sin reparar la enfermedad moral de la comunidad sobre la que asienta su soberana arbitrariedad. Ese descaro tan ostentóreo, tan exhibicionista, tan sabedor de su gozosa impunidad, tan de cleptocracia africana...
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