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Obama contra los asentamientos

En los asentamientos se juega el destino de miles de familias y el de una nación que aspira a gozar de seguridad y poder vivir en paz con sus vecinos. Lo que Obama ahora demanda no sólo no es justo, sino que es contraproducente para el proceso de paz.

El presidente norteamericano le ha transmitido una demanda clara al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, con motivo de su entrevista bilateral la semana pasada: no más crecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania. En realidad, Obama ha dicho dos cosas a la vez: no más asentamientos motivados por el Gobierno israelí y nada de crecimiento natural en los ya existentes. Esto último quiere decir que si las familias de los colonos aumentan por nacimiento, que se apiñen y que si surgen nuevas necesidades urbanísticas, escuelas, por ejemplo, que se sacrifiquen sin ellas. ¿Razonable? No.

Y no por dos razones de peso: la primera, porque esta decisión política de Obama rompe con lo acordado bilateralmente durante años y distintos presidentes entre Estados Unidos e Israel. La última conversación que se sostuvo al respecto, fue bajo Bush y Sharon en 2005 y entonces quedó claro que Israel podría extender el perímetro de sus asentamientos mayores a causa de su crecimiento natural. Romper este acuerdo es legítimo para Obama, pero injusto, porque supondría cambiar las reglas de juego a mitad de la partida.

En segundo lugar, porque supone ignorar el hecho de que las familias de los colonos tienen hijos y que la demografía es de vital importancia para el pueblo de Israel, rodeado como está de poblaciones que le superan con mucho y cuyas tasas de natalidad son mucho mayores a las de las mujeres israelíes. Mientras se mantenga la contigüidad de las nuevas construcciones para dar respuesta al crecimiento natural, nada debe oponerse.

El tema de los asentamientos es a la vez delicado y muy mal comprendido. A lo largo de los años se han acabado por diferenciar cuatro tipos de asentamientos: en los alrededores de Jerusalén; los bloques mayores; unidades fuera de estos bloques; y puestos ilegales. Obama, erróneamente, mezcla todo a la vez. Mientras que deja fuera los asentamientos ilegales palestinos que, en los últimos años, se han desarrollado con un propósito estratégico muy concreto: ligar sus poblaciones al sur y este de Jerusalén, con Jerusalén este, la parte de la ciudad de mayoría palestina.

Por último, Obama ignora un hecho evidente: no sólo es que fueran necesarios 55 mil soldados del ejército para evacuar por la fuerza en muchos casos a los 8.500 colonos israelíes de Gaza, sino que, una vez evacuados de allí los asentamientos, los terroristas de Hamas se dedicaron al pillaje y a la destrucción y el resultado estratégico, como ahora sabemos, no ha sido la paz con Israel, sino el aumento de las agresiones contra suelo israelí.

En los asentamientos se juega el destino de miles de familias y el de una nación que aspira a gozar de seguridad y poder vivir en paz con sus vecinos. Lo que Obama ahora demanda no sólo no es justo, sino que es contraproducente para un proceso de paz en el que nunca hasta ahora los asentamientos han sido un obstáculo insalvable.

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