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Antonio Golmar

Fumar no es malo

¿Qué pasaría si algunos tratamientos actuales fueran reemplazados por las nuevas tecnologías, que a menudo consisten simplemente en el redescubrimiento de las antiguas? O en otras palabras, ¿cuántos funcionarios sobrarían?

Al terror creado entre los llamados "fumadores pasivos" se suma una nueva moda importada de América, el denominado consumo de tabaco de tercera mano, es decir, la inhalación de restos de la combustión de cigarrillos depositados en muebles. Una extraña coalición de médicos, burócratas y naturalistas como el bueno de Fernando Sánchez-Dragó, quien desde su informativo nocturno de Telemadrid amedrentaba al personal alertando sobre el poder cancerígeno de las habitaciones ocupadas por fumadores, pretende prohibir el consumo de tabaco también en la intimidad del hogar.

¿Se imaginan a la asistenta de Felipe González interponiendo un pleito millonario contra el ex presidente por haberla hecho limpiar su despacho repleto de residuos microscópicos de puros habanos? ¿Y al juez Calamita enviando comandos de policías judiciales a inspeccionar las salas de estar de las madres lesbianas y los papás mariquitas en busca de agentes mortíferos que justifiquen la sustracción de sus hijos por el Estado? Tiempo al tiempo.

El pasado mes de enero, el New York Times se hacía eco de un estudio según el cual "el olfato no miente. El ambiente es tan tóxico que tu cerebro te dice: ¡huye!". Abrir la ventana o cerrar la puerta de la cocina para echar un pitillo no basta para proteger a los niños del cáncer. Entre los agentes letales consumidos por los fumadores de tercera mano se encuentran el cianuro de hidrógeno, una sustancia empleada en las armas químicas, y el polonio 210, el elemento radiactivo usado para provocar la muerte del ex espía ruso Alexander Litvinenko en 2006. El panorama no puede ser más aterrador.

Sin embargo, otros estudios, como el publicado por dos epidemiólogos norteamericanos en 2003, cuestionan estos temores. James Enstrom y Geoffrey Kabat analizaron las historias médicas de 35.500 californianos que nunca habían fumado, aunque sus cónyuges sí, entre 1959 y 1998. Los resultados no confirmaron una relación estadísticamente significativa entre la exposición al tabaco fumado por otros y las enfermedades relacionadas con este hábito. Además, "la exposición al tabaco en el medio es equivalente al consumo de un cigarrillo al día".

Es más, otras investigaciones sugieren que la nicotina puede poseer efectos terapéuticos contra afecciones como el Parkinson, la restenosis y la colitis ulcerosa. Como suele suceder en estos casos, el problema es que la censura y la falta de medios para estudiar los beneficios del pucho (¿qué empresa o autoridad sanitaria se atrevería a subvencionar algo así?) inhiben los avances en este campo, que podrían salvar la vida a muchas personas, además de ahorrar bastante dinero a los contribuyentes.

Mientras los especialistas en medicina tropical indagan en los poderes curativos del veneno de víbora, un antídoto contra el Alzheimer, la pérdida de memoria y la hipertensión, los consejeros matrimoniales se forran a costa de las parejas con inapetencia sexual, cuando probablemente una pastilla de éxtasis de vez en cuando bastaría para evitar muchos divorcios. Por otra parte, multitudes de enfermos se automedican con marihuana y otras drogas ilegales sin ningún tipo de control médico que les indique las dosis apropiadas y vigile y combata los efectos secundarios.

Mucho se habla sobre el poder desproporcionado de algunos grupos de presión y de sus ominosos efectos sobre la economía nacional. Pero ¿qué me dicen del lobby sanitario? ¿Qué pasaría si algunos tratamientos actuales fueran reemplazados por las nuevas tecnologías, que a menudo consisten simplemente en el redescubrimiento de las antiguas? O en otras palabras, ¿cuántos funcionarios sobrarían? Espero no tener que esperar a la próxima vida para conocer la respuesta.

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