¿Está Pakistán en el buen camino?
En Pakistán el enemigo interior está muy disperso y los riesgos de ruptura del país son muy altos. Existe un aparato nuclear militar que proteger y la radicalización islamista impregna a amplias capas de la población y sectores del Estado.
La ofensiva del ejército paquistaní contra los talibán hace sólo algunas semanas puede ser el indicador de un cambio de actitud hacia los radicales en general. También podría tratarse de una medida cosmética que más pronto que tarde dé paso de nuevo a las inercias de siempre, cultivando la causa de Cachemira y la animadversión hacia la India y contemporizando con los radicales una vez se haya tranquilizado a los Estados Unidos, que exigen de su aliado paquistaní un mayor compromiso con respecto a Afganistán. Esto sería penoso pues no sólo se habrían perdido muchas vidas para nada sino que se habría desaprovechado de nuevo una ocasión para sellar con la India una paz duradera: la ventana de oportunidades para lograrla está ahora abierta. Sobre todo tras la cómoda victoria en las elecciones indias del Partido del Congreso –ha conseguido 206 escaños de los 543 del Parlamento y con el abanico de partidos aliados podrá gobernar sin problemas– y el arrinconamiento de los ultranacionalistas hindúes del Bharatiya Janata (BJ), que sólo han conseguido 116 escaños y cuya salida del Gobierno en 2004 posibilitó avanzar en la vía de la reconciliación con Pakistán.
Pero Pakistán sigue considerando a India como su principal amenaza. Es en la frontera común donde concentra lo más granado de sus unidades y armamento, y su política de adquisiciones se orienta hacia una hipotética guerra convencional con su enemigo de siempre. Al mismo tiempo, careciendo de una estrategia antisubversiva fuerte y coherente para hacer frente a sus talibán. Todo ello hace que estos últimos, muy inferiores en número frente al masificado ejército paquistaní, golpeen continuamente a éste con emboscadas y atentados de todo tipo mientras que la estrategia militar de Islamabad tras los primeros bombardeos parece que va a ser la limpieza de ciudades con tropas de infantería, incrementando con ello el número de desplazados –superan ya el millón y medio, acercándonos a escenarios que no se daban desde 1994 en Ruanda– y con ello su desgaste político.
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