La equidistancia política, cuando está en juego la libertad, es una tragedia que sólo se entiende desde el desmayo intelectual y el desfallecimiento moral más absolutos. El poder político no puede situarse a la misma distancia de los que pretenden imponer algo por la fuerza y los que defienden la libertad individual para elegir, sencillamente porque son estos últimos los que tienen la razón.
La pusilanimidad de Feijóo en materia lingüística contribuirá, de hecho ya lo está haciendo, a que se vulneren derechos esenciales que están por encima de las instituciones políticas, incluida la Junta de Galicia. Si encima lo hace con la intención de apaciguar a las fuerzas de choque nacionalistas tendremos que convenir que el presidente gallego es algo menos inteligente de lo que en su casa suponen. Cuando un grupo está dispuesto a imponer una medida totalitaria como es la utilización exclusiva del dialecto gallego en la educación y los medios oficiales, cualquier concesión del poder político no se interpreta como un acto de buena voluntad, sino como una muestra de debilidad que conviene explotar hasta sus últimas consecuencias.
Contaba Miguel Maura en su Así cayó Alfonso XIII que cuando comenzó la quema de iglesias para dar la bienvenida a la república era gobernador de Málaga un amigo de Alcalá Zamora, quien, de acuerdo con el jefe de la guarnición militar, propuso a los progresistas de la antorcha que salieran a las afueras a prender fuego a una capilla desacralizada. Así lo hizo el gentío, entre aclamaciones a los dos prohombres por su sentido realmente "popular". Inmediatamente después subieron a los dos en hombros y fueron en procesión incendiando todas y cada una de las iglesias y conventos de la capital.
A pocas semanas de las elecciones europeas, Feijóo se empeña en echarle una mano a Mayor Oreja mostrando a los votantes del PP gallego la ligera tomadura de pelo de la que fueron objeto. Aún es tiempo de rectificar, pero si el flamante presidente gallego actúa así nada más tomar posesión del cargo, podemos imaginar adonde puede llegar en términos progresistas dentro de tres años cuando tenga que revalidar su cargo ante las urnas. De momento ya vemos que la imagen del PP de cara a las europeas le importa menos que pasear a hombros de los nacionalistas. Por si acaso, tomamos nota.