"Escribí sin odio contra las formas verbales destinadas a propalar el odio, alimento básico del terrorista. Y escribí contra el olvido calculado tras el cual acecha el futuro revisionista, borrador profesional de huellas, el manipulador de datos, el negador venidero de cuanto ocurrió".
Estas hermosas palabras del escritor Fernando Aramburu fueron pronunciadas el pasado martes por Patxi López durante su discurso de investidura como nuevo lehendakari. En ese discurso, López también reivindicó una lucha contra el terrorismo que no se reduzca "a detener terroristas, sino también a reaccionar ante sus expresiones públicas y conseguir su deslegitimación social, especialmente en los ámbitos de la enseñanza, el asociacionismo y los medios de comunicación".
Aun a riesgo de incurrir en el olvido calculado –pero sin tener que manipular datos ni negar cuanto ocurrió–, yo sí quisiera olvidar cosas que Patxi López hizo y dijo en un pasado muy reciente; cosas que justificadamente "helaron la sangre" de la madre del asesinado Joseba Pagazaurtundúa; cosas como su condescendencia a la excarcelación de un asesino irredento como De Juana Chaos; cosas como dar interlocución y sentarse con los miembros de la ilegalizada representación política de ETA; como sus llamamientos a "ambas partes" a ceder por la paz; cosas como las descalificaciones que Patxi López dirigió contra quienes reivindicaban –como hoy él– la permanente lucha contra el terrorismo y su deslegitimación social en todos los ámbitos; cosas como las votaciones socialistas en Estrasburgo a favor de un proceso de dialogo de ETA, que hizo a los batasunos allí desplazados descorchar más de una botella; cosas como la condescendencia a la vulneración del Pacto por las Libertades, la Ley de Partidos o, en general, el ralentí del Estado de Derecho durante el mal llamado proceso de paz; cosas, en definitiva, como las muchas que me tengo que dejar en el tintero y que quiero olvidar sin tener por ello nunca que borrar huellas, manipular datos o negar cuanto ocurrió.
El problema está en que López no me deja olvidar. En ese mismo discurso, López volvió a reivindicar "una paz con generosidad, pero sin precio político", conocida fórmula de quienes nunca han reconocido ni reconocerán jamás abiertamente que están dispuestos a negociar precios políticos. Un precio político que se empieza a pagar desde el mismo momento en que te sientas con terroristas prófugos, que donde deben sentarse es en el banquillo; un precio político que también se está dispuesto a pagar cuando ofreces impunidad disfrazada de una generosidad que no sería, en ningún caso, tuya, sino de cada uno de los asesinados, de los heridos y de sus familiares.
La paz no requiere de generosidad política, sino de justicia, de esa justicia que queda en entredicho cada vez que cuestionamos la certeza del cumplimiento de las penas. Al debilitar esa disuasoria certeza lo que hacemos es reducir los costes que perciben los terroristas por seguir intentando conseguir sus objetivos por la vía de la violencia. Y que no me hablen de la reinserción, pues ese objetivo lo debe ser de la pena y no de ningún proceso de paz, y exige un tratamiento individualizado del preso, con independencia de lo que hagan o dejen de hacer los demás. Cada vez que a los terroristas les ofrecen "generosidad", estos lo interpretan como lo que es, como una oferta de impunidad nacida de la debilidad.
Insisto en que quiero olvidar, sí, pero tampoco me dejan las declaraciones que, al día siguiente de la votación, López pronunciaba en La Ser. Así, tras señalar que tiene al PNV en "alta consideración", López afirmó que "la paz es el objetivo, y si tengo que arriesgar, arriesgaré". ¿A qué futuro riesgo se refiere quien desde antes de ser nombrado lehendakari ya estaba en la diana de ETA? Está claro que López no se refiere aquí al riesgo de estar amenazado de muerte por el hecho de no ser nacionalista, sino a la posibilidad de volver a intentar a través del diálogo algo que en múltiples ocasiones ha acabado en fracaso. Las palabras de López denotan que no ha repudiado definitivamente el paradigma del final dialogado de la violencia. Ese diálogo, sin embargo, no es una posibilidad por la que merezca volver a arriesgarse, sino –en el mejor de los casos– un error en el que no hay que reincidir.
Tal vez la oportunidad que para la libertad y la verdadera paz brinda la histórica salida del PNV del Gobierno vasco exija cierto olvido calculado. Pero desde luego no quiero negar lo que ocurrió y menos aún favorecer su repetición venidera.