Los medios de comunicación están aquejados de gripe. No tiene nada de nueva, ni procede de Méjico. Es tan antigua como el titular y no hay vacuna que la cure. En cuanto se presenta la ocasión, les sube la temperatura e informan con fiebre apocalíptica. Señores, asoma en el horizonte la enésima plaga, que diezmará la población mundial. La epidemia alcanzará a la mitad de la población europea. La OMS sube su alerta a 5 sobre 6 cuando son tres centenares los afectados por la "gripe nueva". ¿Llegará el fin de nuestra civilización? ¿Recordaremos con nostalgia la "gripe española" que mató a 50 millones de personas? ¿Venceremos este Armagedón?
La prensa, habitual virtuosa en los números del circo, ofrece en este caso un salto sobre la realidad de proporciones hercúleas. Apenas cuatro centenares de afectados por esta gripe, que no es más mortal que cualquier otra, y se le da tanto espacio (que es el importómetro de los medios de comunicación) como a la Guerra de Irak. No tenemos medios suficientes para darle proporcional espacio a la gripe común, que sólo en Estados Unidos se lleva por delante a 30.000 almas todos los años.
Esta falta de racionalidad, de objetividad de la prensa, no es sólo afición por los grandes relatos. Es también un tic de servilismo hacia el poder, que está permanentemente diciéndonos que estamos en grave peligro... para postularse inmediatamente como nuestro protector.
Esta gripe es muy grave. La de los medios, digo. Porque las consecuencias del alarmismo son mucho mayores que las del virus porcino. El daño económico que puede sufrir Méjico es enorme. Y el cálculo de costes es un cálculo de vidas. ¿Cuántas muertes asignarán los expertos a la cepa del alarmismo?