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Emilio Campmany

¿Hay alguien ahí?

El episodio todavía podría ser el síntoma de una enfermedad más grave que la mera indolencia de Rajoy o de sus subordinados en la gobernación del partido: la representación de la profunda división que hoy padece la derecha española.

Dos luminarias de la intelectualidad de izquierdas han presentado una proposición no de Ley para que el Congreso de los Diputados repruebe a Benedicto XVI. Al votarse en la Mesa del Congreso la admisión a trámite de la propuesta, dos de los miembros del PP, Jorge Fernández e Ignacio Gil Lázaro, votaron en contra y el resto, Celia Villalobos y Ana Pastor, lo hicieron a favor.

En algunos medios de la derecha, los que se tienen por más próximos a un ideario cristiano, se ha criticado agriamente la actitud de las dos diputadas populares. Ana Pastor se defendió en la COPE diciendo que el Tribunal Constitucional tiene establecido que la Mesa sólo puede rechazar el trámite de una propuesta por cuestiones formales, no de fondo. Jorge Fernández e Ignacio Gil Lázaro explicaron su negativa señalando que el Congreso no es la institución idónea para tramitar iniciativas de ese calado.

A ninguno de los dos bandos les faltan razones convincentes para explicar su conducta. La Mesa no puede hurtar al resto de diputados la oportunidad de debatir las proposiciones que se presenten cuando reúnan todos los requisitos formales. Pero no estaría de más que la Mesa negara el acceso a iniciativas extravagantes como ésta de Gaspar Llamazares y Joan Herrera pues, de otra manera, el pleno del Congreso acabará, como hizo el Ateneo de Madrid, votando la existencia de Dios.

Lo que en cualquier caso es inadmisible es que los cuatro miembros de la Mesa del Congreso pertenecientes al PP voten divididos. Cabe esperar que Mariano Rajoy tendrá dicho a quién de los cuatro compete fijar el sentido del voto del PP en la Mesa. Lo lógico es que sea Ana Pastor, que para eso es vicepresidenta segunda. Pero si ésta no tiene autoridad para imponer su criterio, siempre podía haber recurrido al jefe del partido. El mismo Jorge Fernández, amigo personal de Rajoy, podía, si no estaba de acuerdo con el sentido del voto marcado por Pastor, haber llamado al presidente. Cualquier cosa antes que votar divididos, pues los cuatro tienen la suficiente experiencia como para saber lo letales que son para futuras elecciones las muestras de división interna.

Con todo, el episodio todavía podría ser el síntoma de una enfermedad más grave que la mera indolencia de Rajoy o de sus subordinados en la gobernación del partido. Quizá esos cuatro diputados hayan representado en el microcosmos que es la Mesa del Congreso la profunda división que hoy padece la derecha española. Visto así el incidente, Pastor y Villalobos representarían a la derecha laica (que no laicista), preocupada especialmente por que se cumpla la Constitución, en Cataluña y en Madrid; y Fernández y Gil Lázaro serían los representantes de esa derecha católica sobre todo empeñada en que España conserve sus raíces cristianas. A ellas les gustaría más leer El Mundo y éstos se verían mejor reflejados en La Razón. Todos compartirían las mismas ideas, difiriendo tan sólo en la importancia que les darían a unas y a otras.

Sería una lástima que fuera así porque estas ideas no son incompatibles entre sí y pueden perfectamente convivir en el ideario del PP. Lo único que hace falta es un líder en el que todos puedan verse reflejados y que sea capaz de señalar con criterio cuándo hay que poner el acento en una cosa y cuándo en otra. El incidente del martes a cuenta de la propuesta de reprobar a Benedicto XVI demuestra que, hoy por hoy, no lo tienen.

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