Pues mire usted, la explicación de la cosa es muy sencilla. Yo no puedo hablar de discos, pero sí de libros, que a estos efectos es lo mismo.
Veamos: yo me paso tres años escribiendo un libro, se lo enseño a un editor y él me dice: "Muy bien, me gusta. Yo voy a imprimir este libro, corro con todos los gastos y a usted le doy el 10% de cada ejemplar que venda". Y por supuesto, tanto si el libro se vende hoy como si se vende dentro de 20 años, porque el libro lo ha escrito usted.
¿Qué ve usted de anormal o de injusto en eso? Si yo creo un producto y ese producto se vende, ¿no tengo derecho a que me lo paguen? ¿No tiene derecho un agricultor a que le paguen cada kilo de tomates que pone a la venta en el mercado?
Lo de su arquitecto es una pura falacia. A un arquitecto, por una obra, le pagan al contado, cash, al momento, al terminar de certificar la obra, 300.000 euros (por decir una cifra modestamente ridícula) por sus planos y su trabajo. Eso no lo gano yo con ninguno de mis libros ni en 70 años de derechos de autor. O dicho de otra manera, el arquitecto o el cirujano cobran al momento; un autor, va cobrando con el paso de los años (si es que cobra, que esa es otra).
Espero haberle aclarado el asunto.
Creo que no ha entendido en absoluto este artículo. La cuestión no es que a los artistas se les pague de manera distinta que a los arquitectos, sino que no hay justificación alguna para que los primeros reciban réditos durante 70 años por una obra mientras que los segundos no. La obra intelectual no es de una naturaleza superior en el caso del músico o del escritor que en el del arquitecto, y sin embargo para los primeros sí se establece un artificial derecho sobre su creación que les permite obtener ingresos durante 70 años, mientras que el segundo sólo puede aspirar a un pago a corto plazo.
El problema es que la normativa sobre propiedad intelectual hunde sus raíces en la historia. Con anterioridad los músicos no podían acceder a un público de millones de personas con los que obtener enormes réditos. Entonces se justificaba la propiedad intelectual en que los pobres músicos no podían vivir de ser músicos sin una protección adicional sobre su creación que el 99% del resto de profesiones no disfrutan. Incentivo del arte muy propio de la época, injusto en sí mismo aunque quizá justificable, pero claramente inadaptado a la época actual.
Hoy las posibilidades de formación y reconversión profesional son enormes. Los trabajadores normales, cuando ven que en su rama no prosperan o que sus estudios les llevan al paro de larga duración, deben necesariamente reciclarse si quieren encontrar un trabajo conforme a sus expectativas. Pero los señores artistas, a los que se ha acostumbrado a unas prebendas desmedidas gracias a los artificiales derechos de propiedad intelectual, que discriminan ex profeso su concreta actividad profesional brindándoles un rédito durante 70 años por una obra en muchos casos efímera, no están dispuestos a reconvertirse profesionalmente y a formarse para ser soldadores o educadores.
No, para ellos el único trabajo respetable es dedicarse al arte, un arte que por ser propio valoran más que nada en el mundo, más que el esfuerzo y sacrificio de otros desconocidos desde luego. Los artistas no están dispuestos a abandonar unos derechos de propiedad intelectual que nunca debieron haber existido por justificables que fueran hace 80 años.
Hasta ahora han tenido el poder de su lado. Es fácil contentar al poderoso, cantar en su favor, escribir loas, y así mantener estos auténticos privilegios de casta. Los derechos nobiliarios que la historia consiguió eliminar los ha reconfigurado en los derechos de estas otras nuevas castas sociales, incapaces de mostrar la más mínima empatía por el resto de la sociedad en cuanto algo se aproxima lo más mínimo a su bolsillo. Una de estas castas son los artistas en general, con honrosas excepciones.
Pero igual que el pueblo se rebeló a la nobleza en su momento, ahora Internet nos brinda el arma definitiva para acabar con los derechos de esta casta moderna. Se llama Internet, se llama libre circulación de la cultura. Señores artistas, renuévense o desaparezcan. No queremos a más sanguijuelas en esta sociedad. Hay modelos de explotación de obras artísticas que sí han sabido adaptarse a las nuevas tecnologías, pero ¡ah! claro, éstas exigen un mínimo de esfuerzo y compromiso a diario por parte del artista, algo que no está dispuesto a tolerar. Es curioso comprobar cómo aquéllos a los que en otro caso se denegaría el carné oficial de la casta de artistas son los que principalmente triunfan y saben aprovechar las nuevas tecnologías para dar a conocer sus obras, sin perjudicar ni robar como sanguijuelas sociales al resto de ciudadanos.
Los derechos de propiedad intelectual ya no son necesarios para que un artista cobre lo que es justo por su labor intelectual. Nuevos modelos de negocio lo prueban. La solución es adaptarse o morir, como el resto de mortales.