La persona que invoca a los espíritus de la credibilidad que adornan a otra persona refleja un cierto sentido de la moralidad. Se inviste de una cierta autoridad para juzgar a otro, sin embargo, en el ámbito de lo político, esas supuestas superioridades hay que ponerlas siempre entre paréntesis. Es menester ejercer la vigilancia cívica con los profesionales del moralismo. O sea, si es un político quien apela a la carencia de credibilidad de otro político, entonces tendremos que someter su objeción a un riguroso juicio crítico para saber cuál es exactamente el contenido moral de esa apelación.
En primer lugar, repararemos en que no es una singularidad del político, menos aún una aportación al desarrollo democrático, ese tipo de apelación, sino que es más bien una manifestación tópica, a veces incluso vulgar y cotidiana, de una época determinada por el recelo entre los humanos y el descreimiento sobre la bondad de nuestros conciudadanos; por lo tanto, la apelación de un político a la credibilidad o no credibilidad de otro político, en nuestro tiempo –una era definida, insisto, por la desconfianza radical sobre la posibilidad de que la política nos haga mejores y más felices–, es menester tomársela con cierto relativismo.
Pensemos en las críticas que ha recibido Rosa Aguilar por abandonar la alcaldía de Córdoba al aceptar el reclamo de Zapatero-Griñán. Será preciso que nos fijemos, sobre todo, en las trayectorias políticas de los críticos y los criticados. Es evidente que la crítica de Llamazares a Rosa Aguilar no tiene la fuerza moral y racional que la ejercida por Julio Anguita. Quizá a Llamazares, en este caso, le asista alguna razón, pero nadie en su sano juicio puede dejar de recordar todo lo que este señor ha consentido con Madrazo en el País Vasco. Caso diferente es el de Anguita, dirigente ejemplar en su época a la hora de hacer política nacional y no a favor del sectarismo socialista, cuando cuestiona la credibilidad de Rosa Aguilar al dejar la alcaldía de Córdoba.
Precisamente, esa credibilidad que pierde Aguilar es la que gana Zapatero-Griñán. Zapatero, sí, ha buscado credibilidad, como siempre, desacreditando a otros partidos, incluidos los que se agrupan en torno al Partido Comunista de España. La operación de Rosa Aguilar en Andalucía es un caso de libro. Viejo y descuadernado está ese libro, pero a la oscura "socialdemocracia" española aún le vale. El socialismo termina siempre tirando de la cantera comunista. No me interesan las motivaciones personales de Rosa Aguilar para abandonar la presidencia de la alcaldía de Córdoba y aceptar la Consejería de Obras Públicas de la Junta de Andalucía, pero supongo que son todas ellas loables tratándose de una persona que se dedica en cuerpo y alma a la política como profesión. Esta mujer jamás ha tenido otro oficio que ganar elecciones y vivir del presupuesto público. Por lo tanto, es indudable que profesionalmente la señora Aguilar ha "progresado" en el escalafón político, porque el cargo de consejera es obviamente superior al de alcaldesa.
Pero si en lo personal hemos de callar, parece que los motivos políticos son susceptibles de ser citados, entre otras razones, porque afectan a toda la comunidad. Son motivos estrictamente desleales, desde el punto de IU, formación política que le dio cobijo para presentarse a las elecciones municipales; Aguilar es, sí, desleal a IU, ¿o es que acaso existe otro modo de hablar de alguien que abandona su cargo de alcaldesa después de haber hecho cientos de manifestaciones en sentido contrario? En fin, la conclusión moral y política es clara: de esa falta de lealtad a su partido y, por supuesto, de ese atentado a su propia credibilidad, por decirlo con Anguita, se nutre el régimen político de Zapatero. Se trata de confiscar, una vez más, la "fe", la credibilidad, de los otros y, posteriormente, revestirse con ella. Lo mejor de los otros, sí, ya está con nosotros, dirá el tandem Zapatero-Griñán.
Por otro lado, poco importa que "eso mejor" que tienen los otros funcione o no en el PSOE –pues, al fin, estoy convencido de que esta mujer quedará arrinconada como un adorno en el seno de ese mesogobierno andaluz–, porque lo decisivo ya esta cumplido, a saber, revestir al partido con la antigua legitimidad política de Aguilar. Eso es todo... De aquí a las elecciones generales y autonómicas, independientemente de cuando se convoquen, asistiremos a otras muchas operaciones similares a la de Aguilar. ¿Cómo llamarlas? Sustracciones "blancas" de "legitimidades" antiguas. Así se forjan los regímenes populistas.
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