Caos en Interior
Más que un gestor, el ministro es un excelente enredador, un urdidor de las más siniestras operaciones políticas, un virtuoso de la propaganda.
Algo no funciona en el Ministerio de Interior. El cabecilla de una peligrosa banda de delincuentes dedicada a asaltar viviendas es puesto en libertad por error en un juzgado de Madrid. Un compinche de este criminal había sido liberado semanas antes en un centro penitenciario por otra equivocación. Por el contrario, un ciudadano inocente que pasaba sus vacaciones de Semana Santa en Sevilla es encarcelado durante una semana porque su primer apellido coincidía con el de un delincuente que se encontraba ya recluido en otra cárcel. En esa misma ciudad desaparecen más de cien kilos de cocaína de una comisaría sin que meses después sepamos quién se ha llevado la droga. Ahora el Fiscal General del Estado arremete temerariamente contra la policía acusándola nada menos que de no colaborar en la lucha contra el terrorismo.
El ministro del Interior acude raudo a informar sobre cualquier éxito policial e incluso se saca fotos con las víctimas de los casos ya resueltos, pero cuando surge un problema jamás da la cara por sus subordinados, nunca da una explicación a la oposición y permanece escondido en el más absoluto silencio hasta que el tema desaparece de los medios de comunicación. Lo más fácil, pero también lo más injusto, es echar la culpa de estos fallos al eslabón más débil, el policía que está en la calle cumpliendo con su servicio. Lamentablemente es lo único que termina haciendo Rubalcaba cuando se ve forzado a dar explicaciones. Con tal de eludir su responsabilidad, es capaz de echar la culpa a cualquiera y preferentemente a los de abajo.
La verdad es que España tiene unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que a pesar de estar mal pagadas y sufrir graves carencias materiales son unos cuerpos eficaces, profesionales e íntegros, y esto es cierto tanto para el Cuerpo Nacional de Policía como para la Guardia Civil. Por supuesto que a veces cometen errores, pero su nivel de eficacia está a la altura de la mejor policía europea. Claro que surge algún caso de corrupción, pero la inmensa mayoría de sus miembros son funcionarios intachables e íntegros que cumplen con su obligación incluso más allá del deber.
¿Qué es lo que está fallando en el Ministerio del Interior para que teniendo unas excelentes fuerzas de seguridad se esté dando la imagen de descoordinación y caos que últimamente perciben los ciudadanos? En mi opinión, tres errores fundamentales. En primer lugar, una absoluta falta de liderazgo y dirección de la Policía Nacional y la Guardia Civil. La dirección general única para ambos Cuerpos está resultando un estrepitoso fracaso que se debería corregir cuanto antes. El director único ha perdido la confianza y hasta la autoridad moral de los hombres y mujeres bajo su mando. Los policías y guardias civiles se sienten desamparados, sin nadie que defienda sus derechos, sin nadie que de la cara por ellos ante la opinión pública, con un director ausente y lejano. A ello se suma una creciente politización de la policía en la que ascensos y destinos responden más a afinidades partidistas que a criterios profesionales.
En segundo término, falla estrepitosamente la coordinación entre las propias fuerzas de seguridad, pero aún más entre estas y otros departamentos de su propio ministerio, como instituciones penitenciarias, y de forma todavía más escandalosa con una administración de justicia infradotada y pendiente de una modernización inaplazable. No hay un adecuado intercambio de información, fallan los procedimientos, hay bases de datos que siguen sin estar interconectadas. En muchas ocasiones el policía que hace frente a un delincuente lo hace a ciegas. El engranaje dentro del ministerio no funciona.
En tercer lugar, pero no menos importante, el ministro no tiene la cabeza en el ministerio. A Rubalcaba la rutina de Interior, con sus muchos problemas cotidianos, le aburre soberanamente. El está en otras luchas de poder, en sus enredos mediáticos, en otras batallas partidistas, más atento a los problemas del PSOE, que son muchos y crecientes, que a las cuestiones de su propio departamento ministerial. A Rubalcaba le preocupa y le ocupa mucho más desgastar a la oposición que perseguir a los delincuentes. Más que un gestor, el ministro es un excelente enredador, un urdidor de las más siniestras operaciones políticas, un virtuoso de la propaganda.
El problema es que mientras Rubalcaba se afana en sus juegos de poder, su ministerio hace agua por los cuatro costados. El malestar entre los miembros de policía y guardia civil se hace insoportable, la delincuencia crece de forma espectacular, los escándalos se suceden y las fuerzas de seguridad terminan siendo víctimas en muchos casos de los propios enredos políticos del ministro. El último ejemplo lo hemos visto esta semana con Conde Pumpido.
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