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David Jiménez Torres

The people

Luchar intelectualmente por el bien de una people idealizada hasta encarnar todo el bien del que es capaz el ser humano ayuda a dignificar un estilo de vida que, sospecho, muchos de ellos consideran poco digno.

Pocas cosas gustan más a los académicos, sobre todo en el campo de las humanidades, que hablar de "la gente", el pueblo, las masas trabajadoras, the people. Ponen sus considerables talentos intelectuales al servicio de esas masas; rastrean sus opiniones y su calidad de vida a lo largo de la historia; las convierten en el faro que guía sus empresas intelectuales.

Hablar de esa "gente" justifica, en cierta forma, una vida pasada en bibliotecas y conferencias, librando batallas bizantinas a través de revistas especializadas y libros que sólo leerán compañeros de profesión y estudiantes de doctorado. Luchar intelectualmente por el bien de una people idealizada hasta encarnar todo el bien del que es capaz el ser humano ayuda a dignificar un estilo de vida que, sospecho, muchos de ellos consideran poco digno. Y así, nos encontramos con académicos que dicen a quien quiera o tenga que escucharles que encuentran a sus compañeros de profesión aburridos, y que lo único que quieren es poder ir a un pub y ver partidos de fútbol o jugar a los dardos con gente normal. Nos encontramos con estudiantes que dicen airadamente que están hartos de ligar con niñatos y niñatas universitarias, que querrían conocer a gente "de verdad" mientras entonan a coro aquella canción de Pulp: I wanna live like the common people / I wanna do whatever the common people do...

Pero, ¿dónde está esa Gente aquí, en Cambridge? ¿Dónde esa people por la que luchan con tanto fervor? En una ciudad universitaria en la que la totalidad de la industria local tiene como destinatarios a los colleges y a los estudiantes, ¿dónde hallar a las masas trabajadoras que tanto nos esquivan en libros y crónicas? Sus representantes son parcos y elusivos; no encontramos más que un puñado a lo largo del día. Las mujeres que sirven la comida en la cafetería de la biblioteca, los dependientes de alguna tienda, los cincuentones sin afeitar que ocupan la barra del pub, las señoras de la limpieza polacas que se afanan en los pasillos de los colleges... Los contactos de estudiantes y académicos con estos representantes de the people son fugaces: saludos, indicaciones breves. De tanto en tanto, si están experimentando un sentimiento de culpa de clase particularmente agudo, suavizarán su tono, harán alguna pregunta de más, darán instrucciones con las más dulces palabras, y mirarán con ojos que dicen "Pobrecito... te estoy oprimiendo, ¿verdad?".

Luego, claro, están los chavs. La versión inglesa de los white trash americanos, los poqueros españoles; los que visten con chándales de Adidas para ir al trabajo, los que tienen hijos a los quince años, los que se tragaron la tele-muerte de Jade Goody, los que se rapan los lados de la cabeza y se tiñen el resto de rubio. Los vemos en el McDonald's, en los pubs más mugrientos, en las calles de las afueras, bebiendo latas de cerveza barata. Pero la solidaridad interclasista de los académicos se resiste a ellos: son imposibles de idealizar. Y así, piensan que no puede ser que ellos también sean the people, que esa jerga tan tonta y obscena que usan no puede ser el equivalente contemporáneo de los adorables flamenquismos del diecinueve. Jade Goody no es la Fortunata de nuestros tiempos... ¿verdad?

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