Liberando a Cuba desde fuera
El embargo comercial de Estados Unidos sobre Cuba es juzgado, como la mayoría de políticas públicas, más por sus intenciones que por sus resultados, que en este caso han sido nulos durante cinco décadas.
Obama ha dado un significativo viraje a la política de Estados Unidos hacia Cuba levantando varias restricciones a los viajes familiares, al envío de remesas y donaciones, y al establecimiento de servicios de telecomunicaciones en la isla. Todas las limitaciones a la frecuencia y duración de las visitas de cubano-americanos a sus familiares en Cuba serán suspendidas, y se aumentarán los límites de gasto y de equipaje. Todas las restricciones a las remesas de dinero (que antes tenían topes de cantidad, de frecuencia de envío, etc.) serán eliminadas, manteniéndose la prohibición de subsidiar a miembros del Gobierno o del Partido Comunista. A partir de ahora un cubano-americano podrá visitar a sus padres o abuelos cuando quiera y enviarles tanto dinero como estime oportuno sin interferencia del Gobierno federal.
La iniciativa también autoriza el establecimiento de servicios de telecomunicaciones que creen vínculos entre cubanos de fuera y dentro de la isla. Se otorgarán licencias a operadores que quieran conectar el continente con la isla mediante satélite o fibra óptica, o que deseen ofertar servicios de radio, televisión o telefonía a usuarios cubanos. Así mismo se permitirá la exportación o re-exportación a Cuba de aparatos electrónicos como móviles, antenas, computadoras o software. Las regulaciones limitando el envío de regalos y donaciones también serán revisadas y relajadas.
La Fundación Nacional Cubano-Americana en Miami ha aplaudido esta medida, y el editorial del Miami Herald también la ve con buenos ojos, aunque hace un llamamiento a exigir reprocidad por parte del Gobierno cubano. La reacción de los exiliados cubanos es mixta: la vieja guardia es crítica con el cambio argumentando que la entrada de remesas y visitantes beneficiará al régimen castrista, pero muchos otros ya están planeando su viaje a la isla para visitar a la familia.
El cambio de rumbo de Obama es un paso en la buena dirección, independientemente de lo que decida hacer el régimen cubano. Es discutible que estas restricciones presionaran al Gobierno castrista en el sentido de aplicar reformas, lo que es indiscutible es que para hacerlo vulneraban el derecho de los cubano-americanos a visitar a sus seres queridos y a ayudarles con su propio dinero. El siguiente paso sería empezar a desmantelar el embargo comercial vigente desde la Revolución comunista y que prohíbe a todos los ciudadanos estadounidenses realizar transacciones con cubanos o viajar a la isla por turismo. La lógica de un embargo comercial es la siguiente: las restricciones provocan carestía añadida de bienes y servicios, la sociedad sufre esa carestía y advierte que el Gobierno podría aliviarla si accede a las reformas, la sociedad presiona al Gobierno para que implemente reformas y el Gobierno acaba cediendo. Un claro ejemplo de la infame máxima de que el fin justifica los medios, pues el embargo solo ejerce presión si la población sufre.
Cuando el Gobierno gestiona más del 70% de la economía y emplea a tres cuartas partes de la masa laboral, la presión también proviene del lado de los ingresos: el Gobierno recauda menos fondos y cuenta con un presupuesto menor que limita su capacidad de maniobra. Pero es la población, casi toda funcionaria por necesidad u obligación, la que padece en sus carnes la escasez, y al Gobierno le basta la superioridad militar y propagandística para imponerse.
En coherencia, los proponentes del embargo cubano deberían apoyar un bloqueo internacional de duración indefinida. En rigor deberían incluso oponerse a las excepciones que autorizan la exportación a la isla de comida y medicamentos, pues alivian la carestía de la población y la presión ejercida sobre el Gobierno. Cabe preguntarse qué opinarían los cubanos de un embargo internacional que iba a sumirles aún más en la pobreza, y si sus valedores lo impondrían en contra de su voluntad "por su propio bien". Si uno está en contra de estas medidas tan drásticas debería oponerse también al embargo y a las demás restricciones, que son de la misma naturaleza pero a una escala menor.
El embargo sirve en realidad de chivo expiatorio del fracaso comunista. Su supresión no es la panacea, pero puede contribuir a la erosión del régimen. En primer lugar, porque la promoción del comercio, la inversión y el libre movimiento de personas reportaría más bienestar e ideas nuevas a la sociedad cubana. Habría más interacción entre estadounidenses y cubanos, y el adoctrinamiento y la propaganda hacen menos mella cuando la gente está expuesta a versiones alternativas de "la verdad". El bienestar también suele generar una demanda de libertad política. En segundo lugar, el embargo y las restricciones son utilizadas por el Gobierno para desviar las miradas y las críticas hacia los "enemigos externos". En ausencia de embargo, el régimen se queda sin excusas, su fracaso es menos maquillable y es más probable que la ciudadanía exija responsabilidades a su Gobierno.
El embargo comercial es juzgado, como la mayoría de políticas públicas, más por sus intenciones que por sus resultados, que en este caso han sido nulos durante cinco décadas. El embargo satisface el reclamo moral de "hacer algo" contra la injusticia, pues la inacción estatal suele interpretarse como un acto de pasotismo que a nada conduce. Pero después de demostrarse infructuosa por tanto tiempo esta vía de acción, vale la pena darle una oportunidad a un nuevo enfoque.
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