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David Jiménez Torres

Caricatura del revolucionario adolescente

Si conoces a un americano en una fiesta o un pub, le espetarás de buenas a primeras que Bush era un fascista y un subnormal; y sólo te calmarás si te dice una y mil veces que está de acuerdo. Entonces le dirás que ojalá hubiera más como él.

Será tu última noche en casa antes de partir para la universidad, y tus padres entrarán en tu habitación mientras terminas de hacer la maleta. Te dirán que han intentado educarte con el mayor esmero posible, enseñándote la diferencia entre el bien y el mal, explicándote que el mundo está siendo explotado por los capitalistas fascistas, machistas e incultos, con Estados Unidos a la cabeza; que han intentado concienciarte sobre la lucha de clases, explicarte que la Historia ha sido un proceso continuo mediante el cual el proletariado (siempre ha habido proletariado) ha intentado librarse del yugo de la explotación burguesa (siempre ha habido burguesía), una revolución que nunca ha llegado a producirse, una revolución pendiente que algún día se convertirá en realidad.

Entonces tu padre te entregará el tesoro familiar mientras a tu madre se le arrasan los ojos: ¿la pitillera que usó tu bisabuelo en la Primera Guerra Mundial? ¿La medalla de tu abuelo de la Segunda? No; el megáfono que portó tu padre en las manifestaciones estudiantiles de los setenta. Está algo viejo pero todavía sirve como instrumento revolucionario imprescindible. Lo meterás en la maleta agradecido, al lado de la camiseta planchada y doblada del Che.

Al llegar a la universidad te apuntarás a cuarenta asociaciones, revistas y periódicos: la Asociación por la Libertad de Palestina, la Liga Anti-Imperialista, la Organización Antinuclear, la Sociedad Marxista, la Liga de Renovación Ecológica, la Agrupación para el Diálogo Intercultural... Leer, no leerás mucho, y en clase no prestarás demasiada atención porque estarás convencido de que el campo de batalla no son las bibliotecas sino las calles (del campus). Así que preferirás la acción, y te apuntarás a cualquier clase de bombardeo (sobre todo, a los anti-bombardeo): sentadas, manis, ocupaciones de facultades, recogidas de firmas, manifiestos, paneles y simposios. Te lo pasarás (paradójicamente) bomba. Te sorprenderá la de salidas que tiene un joven de tus convicciones a su disposición; sale casi a evento por semana. Y también te sorprenderán gratamente los valerosos profesores que proclamarán públicamente, en sus clases y seminarios, su desprecio por Estados Unidos, por el Partido Conservador, por los liberales, por Occidente. Apreciarás su valentía y su originalidad, esperando que el rectorado no inicie represalias contra ellos.

Conocerás a muchos que a pesar de vuestra corta edad han llegado a las mismas conclusiones; y cada vez que alguien nuevo entre en el grupo, diréis, sonrientes: "Eres único; y hay otros como tú". La visión de la gente de tu generación se verá modulada por los epítetos que usarás: vosotros seréis "idealistas," los otros serán "conformistas"; vosotros seréis "enérgicos", los otros, "inmovilistas", "antifascistas" frente a "reaccionarios", "soñadores" frente a "indiferentes", "originales" frente a brainwashed. Vosotros habéis llegado a vuestras propias conclusiones; los demás repiten lo que les han dicho los padres y profesores. Si conoces a un americano en una fiesta o un pub, le espetarás de buenas a primeras que Bush era un fascista y un subnormal; y sólo te calmarás si te dice una y mil veces que está de acuerdo. Entonces comprenderás que él también forma parte de la minoría iluminada, y le dirás que ojalá hubiera más como él. Porque siempre, siempre, serás consciente de que no sois más que una pequeña y valerosa minoría.

Mediados un par de años, quizás en último de carrera, te volverás muy serio, y empezarás a preferir las bibliotecas a las calles, y leerás a los grandes teóricos de la revolución, y dirás cosas como "si Marx nos ha enseñado algo" o "como explica Foucault". De tus labios colgarán los Nombres Ilustres (aunque no los hayas leído todavía): Trotsky, Gramsci, Hobsbawm, Thompson, Eagleton, Althusser, Marcuse, Zizek... Ahora serás el redactor jefe de aquellas revistas en que antes sólo colaborabas, el presidente de aquellas asociaciones para las que antes distribuías panfletos. Pero un día oirás que el G-20 se reúne en una ciudad cercana, y marcharás como en los buenos tiempos, y con el megáfono que te dieron tus padres gritarás consignas con rima, y llorarás de felicidad al ver que la minoría es mucho más grande de lo que creías, y pensarás que este es el comienzo de una nueva época en la historia mundial, y en algún momento verás, en la acera, las figuras sonrientes de tus padres, y les devolverás la sonrisa, y dirás: ¿Así?

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