Y Corea lanzó su misil
Corea del Norte es una amenaza que crecerá si las cosas no cambian. Y, si la experiencia con Pyongyang sirve para algo, es para enseñarnos que las críticas y las condenas de hoy se convertirán en concesiones mañana.
En medio de la gira de Obama por Europa y de foros multilaterales que entre aplausos y discursos parecen reflejar una nueva etapa mundial, el pasado domingo Corea del Norte procedió a lanzar lo que denominó su primer satélite. Según todos los indicios el lanzamiento consistió en realidad en un misil que sobrevoló Japón e impactó en algún lugar del océano Pacífico entre Japón y Hawai.
Es difícil saber si lo que Corea del Norte pretendía era poner un satélite en órbita pero de lo que no hay duda es que ha conseguido demostrar algo: que es capaz de realizar un lanzamiento balístico de largo alcance. Probablemente se trate de un nuevo error después de lanzamientos como los de 2006 que recogimos en GEES y que apenas suscitó la atención de los medios de comunicación, pero lo que es indudable es que de los errores se aprende mucho más que de los aciertos: la capacidad balística de Corea del Norte es en realidad lo más competitivo de un país con una economía precaria y una sociedad destrozada. Precisamente uno de los objetivos de este lanzamiento es una cuestión de marketing. Pyongyang ha demostrado que si alguien necesita un misil de largo alcance, ya sabe donde hay uno que funciona. En ese mercado particular, el cliente potencial más importante es Irán, el país promotor de la idea de la Alianza de Civilizaciones y que persigue un programa nuclear cada vez más ambicioso.
Si peligroso ha sido el lanzamiento, no menos peligrosa ha sido la reacción internacional. Las críticas han sido múltiples pero las acciones y las sanciones son tan inexistentes como la reacción por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas donde, con China y Rusia, será muy difícil alcanzar algún acuerdo. El misil se ha lanzado y tras las críticas iniciales hay una indiferencia generalizada y lo que más bien parece ser un interés en no suscitar tensiones de ningún tipo. Ni en Corea del Norte ni en Irán.
En los últimos años, Corea del Norte ha incumplido invariable y sistemáticamente todos sus compromisos. Su economía, basada en la ayuda internacional, es una coacción permanente a sus vecinos mediante un extraordinario potencial militar a cambio del cual consigue energía y recursos. Puede parecer ridículo que un país en el que la malnutrición de la población convive con las excentricidades del amado líder ambicione una capacidad balística de primer orden, pero la realidad es que Corea del Norte es una amenaza que crecerá si las cosas no cambian. Y, si la experiencia con Pyongyang sirve para algo, es para enseñarnos que las críticas y las condenas de hoy se convertirán en concesiones mañana.
Sería bueno que, en medio de toda la euforia y entusiasmo que injustificadamente despierta la Administración Obama, se le diera a determinadas cuestiones la importancia que tienen y acabáramos con el espejismo de los aplausos, los discursos e intenciones para pasar a la tozuda y dura realidad: vivimos en un mundo complejo y cada vez más inseguro. Porque lo peor de este asunto, como de muchos otros, no está allí, está aquí, esta vez con el Obama antinuclear y los aplaudidores líderes europeos.
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