Deportes y crisis
El único problema es que la conversación dure lo suficiente como para pasar del deporte al otro gran tema que nos une hoy en día. ¿Volver a España? Tal y como están las cosas...
Uno no se da cuenta de la de españoles que viven en el Reino Unido hasta que hay un partido de la selección, o de Champions de un equipo patrio, o un Real Madrid-Barça, o incluso algún partido importante de Nadal. Los pubs se ven arrasados de repente por una marea de chicos y chicas de veintipocos en su mayoría, que hablan más alto que los ingleses, se dejan las patillas largas y finas, van con barbita de tres días y sonríen sin parar. Muchos se conocen, por haber trabajado juntos en el Zara de la ciudad o en algún restaurante, o por estar en la misma facultad (por lo general, de Ciencias Naturales). Somos, en el extranjero, un grupo simpático y alegre; nunca montamos jaleo por haber perdido, aunque sea contra un equipo inglés: durante el humillante Real Madrid – Liverpool de hace un mes, nuestra única respuesta a los vítores de los aficionados ‘reds’ fue sacudir la cabeza y pedir nuevas rondas, sin perder nunca la sonrisita. Sólo montamos jaleo cuando ganamos algo: cuentan que tras la final de la Eurocopa Londres parecía una ciudad española, por la cantidad de gente que había en la calle con banderas y vasos de plástico llenos de cerveza y kalimocho.
Y últimamente tenemos mucho que celebrar. Nunca nos faltan temas de conversación cuando conocemos a españoles en el extranjero: las glorias de esta selección que parece haberse sobrepuesto a treinta años de maleficio, o de esa armada invencible capitaneada por el mejor tenista del mundo, o esa constelación de estrellas de baloncesto que cada noche deslumbran en el lejano firmamento de la NBA. El deporte es siempre el gran ‘equalizer’, como dicen los anglosajones; sobre todo entre los que llevamos años fuera de la patria y nos volvemos por tanto aún más forofos de nuestros equipos locales y nacionales. Es lo que une a los nacidos en Castellón y Vigo, Málaga y Girona, Albacete y San Sebastián; así ha sido siempre, pero hoy mucho mejor que ayer, porque en vez de lamentar el enésimo fracaso de los de Clemente podemos acumular epítetos laudatorios sobre los integrantes de la ‘roja’, sobre el superhombre de Manacor, sobre los gigantes de Sant Boi. En vez de rememorar el codazo a Luis Enrique o las penas de Fernando Martín, podemos recordar los penaltis parados por Casillas, o los alley-oops de Sergio y Rudy. Las glorias deportivas nacionales nos permiten un vínculo sentimental y eufórico con el país que dejamos atrás hace años. Y para los jóvenes supone un orgullo generacional ver a esos atletas de nuestra misma edad, que se nos parecen y que ganan, no como los compañeros generacionales de nuestros padres. Éstos ganan; nosotros ganamos.
La edad de oro del deporte español llena, efectivamente, las conversaciones en los pubs. Todos hablamos del verano pasado con el Juan, Sergio o Mario de turno, nos contamos dónde estábamos cuando el gol de Torres, cuando Nadal ganó Wimbledon, cuando el épico partido contra Estados Unidos. El único problema es que la conversación dure lo suficiente como para pasar del deporte al otro gran tema que nos une hoy en día. Y entonces las sonrisas se vuelven más resignadas, los ojos gravitan lentamente hacia el suelo; la otra cara de la moneda nacional/generacional se va haciendo visible. Sí, a mis amigos del insti no les contratan en ninguna parte, a mi padre le han despedido después de quince años en la misma empresa, mi hermana y su novio se habían comprado un piso pero no pueden pagar la hipoteca... ¿Volver a España? Tal y como están las cosas... ya, ya sé que aquí no están mejor... parece que no hay un buen lugar al que irse a buscar trabajo... Bueno, mira, que empieza la segunda parte, ¿quieres otra?
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