Mientras estemos en la demobasucracia de la sociedad ideologizada nada que hacer, hay que transitar hacia la democracia liberal y de la eficacia.
Por poner un ejemplo, las empresas no se dirigen por ideología sino por resultados, y la sociedad debe emprender este sendero de racionalidad. Para ello es imprescindible la reforma constitucional, que cimente las libertades del individuo y lo protega de los políticos, los cuales deben estar atados de pies y manos en ideología y exigirles más administración de recursos, más productividad política y menos duelos dialécticos para el lucimiento personal de Sorayita y la ViceVoghe.
Quizá en el futuro la partitocracia se vea suplantada por unos ministerios básicos, y que los ocupen los más expertos en la materia. Nos sobran líderes del verbo y adolecemos de gestores que creen las condiciones de trabajo y bienestar.
Saludos
A mí lo que me deja descorazonado es que haya personas tan sensatas en muchos temas que sin embargo han caído en la trampa del lenguaje abortista mostrándose de acuerdo con lo que, estoy seguro, es una barbaridad: [i]los plazos[/i], algo inconcebible hasta para ser objeto de debate y que ha acabado siendo producto de la depravación intelectual tristemente desarrollada por el homo sapiens en los últimos cien años.
Habría que empezar a leer "El vuelo de la luciérnaga" de [b]Ralph B. Leepman[/b] para poder imaginar algo más, por ejemplo el resultado trágico de los experimentos que la ciencia lleva a cabo con células humanas en aras del progreso (y negocio), que hubiera producido el raciocinio invertido y, con éste, la asunción como valor -y derecho- de lo que es (era) una agresión al ser humano (lo era).
Porque vamos a ver: ¿qué sentido tienen [i]los plazos[/i]? ¡Ninguno... si fuéramos civilizados!, o si un [i]virus extraño[/i] no nos hubiera capacitado, degenerando anteriores y sencillos pensamientos, para la atroz complejidad de extraer de la negación de nosotros mismos algo positivo en derecho.
Es tan cruel como innecesaria esta deriva de [i]los plazos[/i]. Pero oigo a Casimiro García Abadillo decir que está de acuerdo con [i]los plazos[/i] porque hay que evitar el aborto en tiempos más avanzados, lo que me asombra y descorazona, porque ¿cómo un hombre como él, periodista, escritor y tertuliano de prestigio, intelectual de fama y mérito, ser tan irreflexivo para opinar así, para hacer un posicionamiento tan obtuso como absurdo?
¿Cómo se puede uno mostrar a favor de partir al ser humano en trozos? Para decir al final: [i]Esto no vale[/i]. Sabiendo perfectamente que todo es vida humana.
¿Qué tiene que ver que se cometan abortos en un estado muy avanzado de gestación con el aborto libre en los tres primeros meses?
Es tan sencillo como esto: la vida humana es sagrada desde el primer instante; el aborto es una tragedia siempre, lamentable si es natural o en circunstancias extremas, reprochable en todos los demás casos.
Naturalmente nuestra sensibilidad es mayor cuando mayor es el tiempo transcurrido de vida del feto, pero que nos parezca monstruoso sacrificar a un inocente de ocho meses no ha de llevarnos a la poco moderada conclusión de defender el derecho de una madre a acabar con la vida incipiente de su hijo.
Si de verdad de quiere acabar con esas terribles cifras de abortos lo único que hay que hacer es conciliar el derecho de la madre con el del no nacido.
Y para conciliar ni hay que legislar para volver (puesto que ninguna mujer ha ido en más de treinta años de democracia) a meter en la cárcel a la madre que aborta ni para desproteger por completo al nasciturus en sus primeros tres meses de vida.
¡Joé, que la vida es importante!
Lo que ignora (conscientemente, escondiéndolo tras su ideología) la izquierda garrula y botejara que padecemos en este país, son las últimas informaciones que nos aporta la ciencia sobre el desarrollo de los seres humanos antes del nacimiento.
Al final es la Iglesia, casi en solitario, la que defiende una postura basada en la razón y en la ciencia experimental. Y eso porque es casi la única que hoy en día no está dispuesta a negociar con la verdad y la dignidad del ser humano.