Las acciones y las ideas tienen, con frecuencia, consecuencias muy distintas a las que se esperaban. Esta observación, que parece de sentido común, no lo es tanto. De hecho, los sedicentes progresistas se distinguen por ignorarla a la hora de promulgar leyes y diseñar planes. Cuando sus grandes proyectos salen ranas, y su efecto es el opuesto al que buscaban, miran para otro lado. No permiten que sus intenciones, siempre tan buenas, se vean ensuciadas por el contacto con la realidad que han provocado.
Viene este preámbulo a cuento de la ley sobre el aborto que se prepara. Tanto el Gobierno como los más extremistas defensores del aborto libre (y "gratuito", claro) se cuidan de hacer apología pública del hecho de abortar. "Triste y dolorosa decisión", apuntaba la ministra Aído. Hasta evitan llamar aborto al aborto. Además, todos aseguran que no quieren que aumente su ya elevado número. Pero si se confiere al aborto la categoría de derecho y se autoriza a las adolescentes a ejercerlo sin hablar siquiera con sus padres, ¿qué otra cosa puede esperarse que un incremento?
Llega entonces el momento pedagógico. Para evitar que se instale la tendencia a hacer del aborto un método anticonceptivo más, el Gobierno se propone insistir en la educación sexual de los jóvenes. Acabáramos. Decía el ministro Soria que el debate "aborto sí-aborto no" tuvo lugar hace veinte años y no hay más que hablar. Pues también se hizo por entonces la campaña del "póntelo-pónselo" y el Ministerio que dirige don Bernat ha tenido que repetirla, a ritmo de rap y en jerga boba, ante la evidencia de que la educación sexual ha sido y es un fracaso rotundo. Y será. Pues los socialistas actúan como si el problema se redujera a que la gente no sabe utilizar un condón. ¡A estas alturas!
En una época en la que no hay secretismo alguno en torno al sexo y en la que se dispone de más anticonceptivos que nunca, no puede achacarse casi nada a la falta de información. El problema no es de información, sino de formación. Y eso, para los "progresistas", es un problema. Pues las normas y valores que constituyen un freno al sexo casual y despreocupado forman parte de esa moral tradicional que les parece tan ridícula, casposa y obsoleta. Están ideológicamente incapacitados para afrontar las secuelas de aquella "revolución sexual" que se propuso acabar con las represiones y traumas de otrora.
Los socialistas suavizan su proyecto con proclamas de buenas intenciones. Se trata, dicen, de adecuar la ley a la realidad. Reconocen que la normativa vigente era un coladero. Pero en lugar de velar para que deje de serlo y de introducir las reformas necesarias a ese fin, han decidido hacer ley del coladero. Lo que tendrá previsibles y nocivas consecuencias.