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Pedro de Tena

Cansancio moral y cambio

Es justamente entonces, tras la ovación de un sátrapa asillonado durante una generación, cuando comprendemos que el cambio es necesario a pesar del cansancio.

¿Es que es imposible un cambio ético, con sus correspondientes consecuencias morales, en una sociedad democrática? ¿Es que existe eso que llamamos naturaleza humana y que lo hace de forma tan grávida y total que, se haga lo que se haga, todo será inútil para mejorar el comportamiento social de mujeres y hombres? ¿Es que todo está escrito y que no hay lugar para el progreso íntimo de los seres humanos? O dicho de manera más actual y comprometida: ¿Es que da igual el partido que gobierne porque las tendencias a la corrupción en todos ellos, ya se manifiesten en el ámbito de la economía o en el de la política, son inevitables y están predestinadas por algún código?

Siempre me acuerdo de aquella hermosa expresión de la película de David Lean sobre Lawrence de Arabia cuando Peter O´Toole le proclamaba al jeque musulmán, Sharif, : "Nada está escrito", mientras bajaba de un camello que había recorrido un desierto en camino de ida y vuelta, algo que parecía imposible. 

Viene esto a cuento del cansancio moral que nos produce la apercepción de la corrupción en unos y en otros. Sabemos, y así traté de argumentarlo en un artículo anterior, que la corrupción socialista es muy diferente de los casos de corrupción que pueda tener el PP, salvo demostración en contrario. Lo que en uno son casos de personas, en el otro lo son de organización y estrategia. Lo que en uno son ovejas negras en el otro son los pastores del rebaño. 

Pero a uno le sobreviene el cansancio cuando, tras gran parte de la vida denunciando, advirtiendo, bramando contra la corrupción por lo que tiene de antidemocrática, por lo que desiguala las oportunidades, por lo que derruye el Estado de derecho y la justicia, por lo que tiene de inmoral y agresiva contra los derechos de los demás y por lo que tiene de fealdad incluso estética, en el propio PP aparecen síntomas desalentadores.

El cansancio proviene de la intuición de la inutilidad de los cambios. Cuando uno era joven, los cambios estructurales parecían imprescindibles para la resolución de los problemas humanos, sociales y políticos fundamentalmente. Cambiemos las estructuras y cambiarán las personas, nos decíamos aún impresionados por el prólogo marxista que advertía de la influencia de las condiciones de vida sobre la vida misma y su consciencia. Ahora, ya no creemos tanto en las estructuras ni en su poder de mutación, aun menos si se trata de mutar las conciencias. Lo que creemos es que hay creencias e ideas que respetarán más y mejor las libertades de las personas y que ello conduce a la creación de riqueza y novedades. Pero cuando se advierte cómo los comportamientos de unos y otros se asemejan, sobreviene el cansancio moral, el principal enemigo del cambio. ¿Para qué cambiar si todos son igualmente miserables se oye uno a sí mismo meditar?

Chaves nos aplaude. Eso, eso. Nada hay nuevo bajo el sol, más vale lo malo conocido que lo bueno –bueno, ya veremos si es tan bueno–, por conocer. Y es justamente entonces, tras la ovación de un sátrapa asillonado durante una generación, cuando comprendemos que el cambio es necesario a pesar del cansancio. Sin esperanzas ciegas. Sin utopismos baratos, sin ilusiones infundadas. Pero seguramente la historia con mayúsculas, si es que tal cosa existe fuera del coco de Hegel, muy despacio, de forma casi imperceptible, cambia las cosas. Dicho en cristiano, hay libertad a pesar de la necesidad y podemos condenarnos o salvarnos. Y los demás, nuestros semejantes, son la pieza clave de esa salvación. Y en ese oscuro plan del Dios perdido, hay, se vea o no con claridad, un progreso de la especie y del mundo hacia una luz. Entonces, seguimos, nos levantamos y seguimos andando aunque recordamos al Duque de Gandía: "Nunca más servir a señor que se me pueda morir". O corromper.

Pero el cansancio, como los años, no se va. Permanece como la piel, como los versos para terminar, de la honda Gabriela Mistral en un Nocturno:

Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!

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