La negativa de los socialistas a formar un Gobierno de coalición con el PP en el País Vasco y su resistencia a suscribir un acuerdo, configuran una extraordinaria asimetría de la conducta. Los mismos que no dudan un segundo en cogobernar con nacionalistas y regionalistas de diversos pelajes, rechazan dar al PP vasco cualquier contrapartida política a cambio de los votos que precisan para presidir el Gobierno de Vitoria. Tan anómalo comportamiento se está explicando por razones de cálculo, de tácticas y estrategias. Falta el factor ideológico.
El asunto puede explorarse desde la analogía matrimonial que hizo Basagoiti para ilustrar su desconfianza hacia los socialistas y justificar la necesidad de un compromiso antes de investir a López. Vino a decir, en el estilo de su "política pop" (¿populachera?), que el PSE le quería para la noche de bodas, pero que nada aseguraba que al día siguiente fuera a dejarle por otra. Otra que el buen entendedor colige que es el PNV. Pues bien, el recelo del PP es tan razonable como su reclamación, pero la situación de la pareja difiere de la expresada en la metáfora.
El mayor problema no es que los socialistas vascos puedan o quieran engañar al PP una vez que logren lo que ansían. El impedimento consiste en que los socialistas, para aceptar el enlace con el PP, tienen que ser infieles a aquello con lo que se han casado, esto es, al nacionalismo, que no se debe reducir a los partidos que llevan la etiqueta. Los partidos vienen y van, pero la ideología permanece. Y, en este caso, entra. Pues el PSOE ha asumido que España es un conglomerado de identidades diferentes entre sí y homogéneas en sí mismas, a las que está presto a conferir el estatus de nación con apellido o sin él. Eso sí, dentro de la Constitución, que acoge cuantas contradicciones haga falta.
Las alianzas del PSOE con partidos nacionalistas han sido tan públicas y notorias en los últimos años, que parecían novedad. Pero responden a una corriente de fondo. Se recuerda, a veces, que fue la izquierda la que crió y mimó a la criatura nacionalista en el tardofranquismo. Pero hubo más. La izquierda de entonces hizo suyo el relato del nacionalismo sobre España: aquello de que era un ente ficticio que se había forjado y mantenido durante siglos sólo por la opresión de culturas, lenguas y pueblos diversos. Tanto es así, que el izquierdista de la época no distinguía entre el monasterio de El Escorial y el Valle de los Caídos. En su visión –y su ignorancia– ambos representaban por igual a la España sojuzgadora, a la que ya denominaba Estado español para expresar que no la reconocía y que le provocaba aversión.
Los actuales dirigentes socialistas, con menos formación, experiencia y pragmatismo que sus predecesores, creen en esas paparruchas y, además, pensaron que diseñaban con ellas una estrategia genial para expulsar a su adversario del mapa. Ahora lo necesitan para llegar al poder en el País Vasco y les repugna. No sólo desbarata sus cálculos. Es una patada en la espinilla de la ideologización simplista y maniquea que les ha mantenido en el poder hasta el momento.