El resultado de las elecciones en Galicia y en el País Vasco, junto con la crisis económica, significan el principio del fin de la estrategia de Rodríguez Zapatero y, con un poco de suerte, el principio del fin de esta etapa de Gobierno socialista.
El proyecto se ha agotado, sobre todo, por debilidad interna, ya sea por la precariedad de las alianzas con los nacionalistas fuera de Cataluña o por la falta de entidad de las propias políticas y de quienes tenían que llevarlas a cabo. La crisis económica ha sido un factor determinante, pero más aún lo está siendo la incapacidad del Gobierno para plantear una estrategia de salida.
En el fondo, lo que ha empezado a entrar en quiebra es una forma de hacer política volcada casi por modo exclusivo en la eliminación del adversario. Vuelve, como es natural, la necesidad de establecer algún tipo de pacto entre los partidos nacionales. Los socialistas habrán sido las víctimas de la estrategia de crispación que ellos mismos reprocharon al centro derecha. Una democracia no se gobierna mediante el cultivo exclusivo del odio ideológico. Requiere algún otro instrumento, de otra índole y también menos grueso. Por lo que parece, y en contra de lo que muchos parecían suponer, los españoles están por encima de sus dirigentes. En más de un sentido les están marcando el rumbo.
Otra cosa es que esos dirigentes sepan aprovechar la lección que están recibiendo. El guión más surrealista sería un Partido Socialista reconvertido en parte a la virtud ciudadana –a la fuerza, sin duda, pero ¿a quién le importa eso?– y un Partido Popular que interpretara el cambio ocurrido como el respaldo a una política de acomodamiento a una situación que está haciendo aguas.
El guión más atractivo, y más racional, sería que el Partido Popular supiera escuchar y articular la demanda de mínima decencia, política nacional, transparencia y austeridad que los españoles están expresando a través de los movimientos cívicos, los medios de comunicación... y las urnas. En esto no habría voluntad alguna de radicalización, al contrario. Contra lo que los españoles están reaccionando es contra el proyecto radical de Rodríguez Zapatero y sus amigos, entre los que se cuentan, curiosamente, algunas de las personas y las instituciones más poderosas de España. Como suele pasar en nuestro país, lo peor son las élites.