Contra San Patxi Nadie
Lo suscribí entonces y lo sigo manteniendo hoy: en buena lógica el canonizado López tratará de establecer una alianza estratégica, no con los constitucionalistas sino con el PNV del parlanchín y teatral Urkullu.
Prueba de la candidez angelical de la derecha española es esa súbita fe espontánea en torno a la estampita de San Patxi López, antes Patxi Nadie. Todos, comunicadores, columnistas, tertulianos y publicistas más o menos orgánicos del Partido Popular andan persuadidos de que habrá un Gobierno sin presencia abertzale en el País Vasco. Una convicción tan unánime como gratuita toda vez que semejante deseo apenas se sustenta en el puro voluntarismo.
A ese propósito, firmé un artículo la misma noche electoral defendiendo la tesis radicalmente contraria. Sostenía allí que el PSOE donó en su día el poder doméstico a los nacionalistas tras haberlos derrotado en votos y escaños. E infería que no se antoja razón objetiva alguna para que no vayan a hacer lo mismo ahora. Lo suscribí entonces y lo sigo manteniendo hoy: en buena lógica el canonizado López tratará de establecer una alianza estratégica, no con los constitucionalistas sino con el PNV del parlanchín y teatral Urkullu.
Da que pensar, sin embargo, que algo tan evidente sea percibido como una hipótesis poco menos que excéntrica o peregrina. La derecha, tan desdeñosa siempre ante todo lo que huela a reflexión teórica, aún no ha comprendido que el nuevo Partido Socialista, el de Zapatero, Chacón, Montilla, López, Eguiguren & Cía, ya forma parte indisociable del muy heterogéneo bloque político y cultural que pone en cuestión permanentemente la configuración de España como un Estado unitario.
Siempre dominada por esos estados de ciclotímica emotividad tan suyos, aún vive instalada en el cómodo prejuicio de pretender que únicamente los micronacionalistas periféricos impugnan la legitimidad de la soberanía nacional. Algo que fue cierto durante el paréntesis en el que el difunto PSOE de González daba forma a una organización única, disciplinada y jerarquizada, el deseable contrapeso nacional y socialdemócrata al gran partido de la derecha. Pero aquel efímero mundo de ayer, simplemente, ya no existe.
San López, al igual que Eguiguren o Montilla, alberga interiorizado dentro del cerebelo exactamente el mismo relato que Carod Rovira, Maragall o Anxo Quintana a cuenta de la pretendida anormalidad histórica de la Nación española, mosaico heterogéneo y abigarrado de pueblos y "culturas" que casi nada tendrían que ver entre sí. ¿Con quién querrá entenderse alguien cocido en semejante barro? Pues con los suyos, naturalmente. Y si no, al tiempo.
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