No hace mucho que he descubierto la existencia de un personaje que me resulta del todo apasionante. Lo que no sé es qué he estado haciendo todo este tiempo sin saber de ella. Helen Thomas, la periodista octogenaria que se sienta a diario en el front row de la sala de prensa de la Casa Blanca, la misma que ha indagado y cuestionado uno por uno a los presidentes de los Estados Unidos desde John F. Kennedy al recientemente estrenado Barack Obama y la señora a la que sus propios compañeros relegaron a la última fila por una incómoda y polémica pregunta a George W. Bush sobre la guerra de Irak y que a éste, obviamente, no le gustó demasiado, les ha vuelto a decir a sus colegas que espabilen un poquito y se dediquen a hacer bien su trabajo.
Es de suponer que son los medios de comunicación quienes deberían, no sé si vigilar, pero por lo menos estar atentos a todo aquello que tiene que ver con la normal evolución y el cotidiano desarrollo de nuestro sistema democrático y digamos que marcar de cerca a sus representantes.
Y en esta línea se expresa Helen Thomas en algunas de las entrevistas que he podido rescatar. Estoy a la espera de hincarle el diente al libro que publicó el pasado año sobre ¿Vigilantes de la democracia? Los periodistas de Washington y cómo fallaron al público, pero me voy haciendo una ligera idea con la información que he podido recabar y me temo que a más de uno le habrá escocido un poquito en la herida. La periodista no duda en instar a sus colegas a ser más incisivos y les recuerda que son la institución que puede cuestionar a un presidente, al tiempo que les acusa de reproducir como meros altavoces lo que en las ruedas de prensa se cuenta. A tres años de cumplir los noventa. ¿No les parece fascinante?
Que una consultora, buffete, despacho fiscal o firma de cualquier ámbito profesional, nade en aguas de la ilegalidad, que profesionales de la sanidad se salten códigos éticos o que determinados empresarios hayan podido estafar a confiados clientes, es noticia de elevadísimo interés y protagonista de más de una portada. Pero si un periodista no contrasta debidamente lo que escribe o deliberadamente sesga importante información para la comprensión total de una determinada crónica o simplemente obvia un notición de tal calibre como el recientemente facilitado por la Sindicatura de Comptes, donde se detallan irregularidades diversas relacionadas con el Fòrum de les Cultures, no pasa absolutamente nada. No hay portada que valga para ellos.
Si tenemos en cuenta que en uno de los informes de Transparency Internacional, la credibilidad de la profesión periodística no optó precisamente a ninguna medalla, creo que alguien debería dar un paso al frente de entre los muchísimos y prestigiosos profesionales de la información que hay en España y afrontar seriamente la situación, si es que realmente les preocupa, claro está.
Un periodista del Washington Post apuntó hace ya unos cuantos años que "el temor al abuso de poder fue la fuerza galvanizadora en la Revolución Americana y sigue siendo la justificación más fuerte de la existencia de una prensa estimulante y realmente independiente".
¿Acaso no hemos tenido en España suficientes acontecimientos históricos que deberían haber sentado unas bases mucho más sólidas de las que parece se cuenta ahora?
Nuestra amiga norteamericana, al tiempo que afirma sin tapujos que su presidente favorito fue Ronald Reagan, ya se ha manifestado inquieta con la sonrisa del nuevo presidente de los Estados Unidos. Al parecer, no ha caído rendida a sus seductoras propuestas. Vamos, que no se fía demasiado.
Y yo lo que quiero saber es donde está nuestra hispana representación que se arriesgue a sentarse en el frío mármol de tan institucional suelo.