Negra "buena fe" del juez carbonero

Si hay algo que jamás le sospecharía al juez Baltasar Garzón es precisamente esa "buena fe" con la que dice que ocultó el estar cobrando dos sueldos durante su estancia "de estudios" en Nueva York. No le tengo por tan poco, por muy simplonamente que escriba sus libros. No cabría calumniarlo gravemente etiquetándolo de bueno ni de crédulo. Garzón no ha hecho con buena fe una sola cosa en su vida.

No dejó de ser juez para pasar a ser político del PSOE en prácticas por buena fe, sino con una intención –y legítima intención– de trepar muy a su sabor. Ni con buena fe abandonó aparentemente la política para pasar a hacer política por otros medios, o sea, reingresando en la judicatura tras que Felipe González le engañara usando para ello una buena fe incluso más improbable que la del juez. Ni luego trató de empapelar al propio González en venganza por buena fe. La verdad es que la fe de Garzón es más negra, por tiznada, que la famosa del carbonero.

El juez Garzón no mata cervatillos arrojándoles flores, que sepamos, ni se va a Nueva York para aprender nada a su edad sino para escaquearse de algo; ni la aerofagia producida por las ricas "migas ruleras", los gazpachos manchegos y las escudillas de alubias con chorizo –sobre todo que no falte el chorizo– que se pega con sus amigotes festejantes de la profanación del cadáver de Montesquieu tiene por objetivo último martirizar a sus compañeros de mesa, sino verterla de viernes para lunes en forma de eructos provisionalísimos y pedos cautelares con aromática sintaxis. Buena fe... ¡qué tontos que son los caracoles, cuando dejan que los cojan! Malísima fe de la buena, habrá querido decir.