Querencias secretas
Dentro la burbuja postmoderna europea, España es la perla, y dentro de esa perla el núcleo más íntimo y más cálido resulta ser Rodríguez Zapatero y su política. Nadie ha llevado más lejos la vocación venusina de Europa.
España y Rusia han tenido algunas cosas en común a lo largo de su historia. Son dos grandes países periféricos y de frontera, los dos con una gigantesca proyección cultural y los dos, en un momento u otro de su historia, con ambiciones imperiales.
Aun así, en los últimos tiempos las diferencias son mucho más serias que las semejanzas. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991 y una breve etapa de desconcierto, los rusos se han decantado por perpetuar su tradición. Rusia quiere ser otra vez una gran potencia, sobre todo militar. Grandes patriotas, los rusos no quieren ver a su país menospreciado ni indefenso. Tal vez Putin se esté aprovechando de este sentido de la dignidad, pero pocos rusos estarán en desacuerdo con él, al menos en el tema de la grandeza de Rusia.
Frente al hard power propio de Putin y sus compatriotas, Europa occidental ha acabado convertida en una iridiscente burbuja postmoderna. Aquí las naciones están en trance de disolverse, todo es dialogable y el uso de la fuerza no se recomienda ni siquiera cuando se nos ataca. La inversión militar está mal vista. Tendemos a lo softy, lo suave y mullido. Las responsabilidades nos repelen.
Dentro la burbuja postmoderna europea, España es la perla, y dentro de esa perla el núcleo más íntimo y más cálido resulta ser Rodríguez Zapatero y su política. Nadie ha llevado más lejos la vocación venusina de Europa, hasta el punto de nombrar a una pacifista ministra de Defensa y declararse él mismo feminista, no se sabe si como definición estrictamente ideológica. Lo contrario, punto por punto, de la Rusia de Putin, bien representada por el presidente Medvédev, que se sitúa sin dudarlo en la órbita del planeta Marte, el antiguo dios de la guerra.
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