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Isaac Querub Caro

Carta a Antonio Gala

Usted, Sr. Gala, odia a los judíos. Defiende argumentos de sobra conocidos, prejuicios y estereotipos con los que a lo largo de la historia se han asesinado a judíos. No se distingue de Hitler, de Goebbels o de Ahmadinejad.

Sr. Gala,

Su columna del diario El Mundo publicada el pasado 5 de febrero titulada Pueblo elegido es un alegato vil y antisemita. Vd., Sr. Gala, odia a los judíos. Defiende, sin pudor, argumentos de sobra conocidos, prejuicios y estereotipos con los que a lo largo de la historia se han atacado y asesinado a judíos. No se distingue del ministro del rey Asuero llamado Haman, de Hitler, de Goebbels o de Ahmadinejad. Usa los mismos tópicos recogidos por Los Protocolos de los Sabios de Sión, por el Tercer Reich o por Irán.

Ataca al Estado de Israel y al Sionismo –movimiento de liberación nacional judío- que devolvió la esperanza, la dignidad y la independencia al pueblo judío en su tierra de Israel tras la Shoá.

Una nación no se construye contra otros, sino a favor de unos ideales que recogen la memoria de un pueblo, la mancomunidad de destino y el afán de vivir en paz, en seguridad y en armonía con los vecinos.

Israel no nació para ocupar el territorio de otra nación sino para albergar al pueblo judío y recuperar la normalidad tras miles de años de exilio y sufrimiento. Vd., Sr. Gala, –a quien se presume culto y particularmente sensible– hace un flaco favor a los palestinos, pues éstos tienen derecho a su autodeterminación, soberanía e independencia, a su libertad y su dignidad, sin por ello tener que destruir Israel u odiar a los judíos.

Tergiversa la historia a su caprichoso antojo. Ni los judíos ni Israel han cometido nunca genocidio. El Estado de Israel se defiende cuando le atacan. Y cuando ataca, no tiene más opción que vencer. Israel no empezó nunca ninguna contienda militar. Ocupó Jerusalén este, Cisjordania y Gaza en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, arrebatando dichos territorios a Jordania y Egipto. No a los palestinos.

No imagina, Sr. Gala, cuán fuerte es el deseo de los israelíes de devolver esos territorios ocupados a sus legítimos dueños a cambio de paz y de una cohabitación plausible. Pero todos hemos visto lo que ha ocurrido cuando Israel se retiró de Gaza en 2005.

Me gustaría, Sr. Gala, que visitara Vd. Israel, sus colegios, universidades, centros de investigación, hospitales y museos. Que conociera de cerca a judíos e israelíes y que se convenciera de que la paz es posible si ambas partes lo desean y educan a sus jóvenes generaciones para ello.

Puede que el pueblo judío se encuentre en la otra orilla. Sin embargo, ésta no es necesariamente la orilla equivocada, como Vd. insinúa, porque mucha gente o países nos hayan perseguido, maltratado, expulsado, asesinado o intentado exterminar a lo largo de la historia. ¿Acaso los judíos no han contribuido con fundamentos esenciales a la civilización judeo-cristiana que nos ha permitido progresar a todos como hombres,

mujeres y ciudadanos libres? ¿Acaso los judíos no se movilizan a favor de causas humanitarias? ¿Qué han hecho si no Moisés, Jesucristo, Freud, Marx, Einstein o Cassin? ¿Acaso los judíos deben sentirse culpables de que el 0,2% de la población mundial haya obtenido hasta ahora un 20% de los Premios Nobel?

Vd., Sr. Gala, aspirante a campeón de la causa árabe, parece olvidar hechos históricos relevantes como la alianza del Gran Mufti de Jerusalén con Hitler a favor de la Solución Final de los judíos. Olvida también los cantos de sirena y los llamamientos a la destrucción de Israel de esos líderes populares de la nación árabe como Nasser, Assad, o Saddam Hussein. ¿Acaso levantaron un dedo por sus hermanos palestinos? ¿Supieron traer el progreso y el bienestar a sus pueblos? ¿Trabajaron por la paz y la democracia en Oriente Medio?

Vd., Sr. Gala, tan sensible y abierto de mente, no menciona nada acerca de los niños usados como escudos humanos por Hamás ni de las ejecuciones sumarias de los militantes de Al Fatah sin juicio previo. Omite también el trato a los extranjeros, la aplicación en público de la pena capital a los homosexuales, la inexistencia de los derechos básicos de las mujeres, la prohibición de otras prácticas religiosas aparte de la islámica, la falta de libertades y la enseñanza del desprecio y del odio al otro –el infiel– en la mayoría de los países árabes.

¿Por qué no dice nada, Sr. Gala, acerca de la angustia de los habitantes de Sderot? ¿Por qué guarda un silencio cómplice acerca de lo que ocurre en Darfur, Afganistán, Pakistán, Cachemira, norte de Nigeria, Irán o Siria? ¿Por qué olvida los atentados terroristas en Nueva York, Londres, Madrid, Bali o Bombay? Pretende apagar el fuego vertiendo gasolina. Ni árabes ni judíos, ni palestinos ni israelíes necesitamos de su rencor, su frustración o su odio.

Como dice la sabiduría popular, sólo se tiran piedras a los árboles que dan frutos. Pero Israel no sucumbirá jamás, bien que le pese. Además –y eso me tranquiliza, Sr. Gala– en caso de no existir el Judío, Vd., parafraseando a Sartre, lo inventaría.

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