El nombramiento de Mariano Bermejo como ministro de Justicia fue en sí mismo una declaración de guerra a la independencia de la Justicia. La resistencia del anterior Consejo General del Poder Judicial y de una gran mayoría de jueces a someterse a los dictados de Zapatero decidió al presidente del Gobierno que había llegado el momento de declarar abiertamente las hostilidades. Para ello, nada mejor que un ariete ideológico como Bermejo dispuesto a someter a los díscolos con el látigo de su vehemencia y de su sectarismo.
El resultado de esa operación está a la vista. Una justicia al borde del colapso. Primero fueron los secretarios judiciales los que plantaron cara al ministro con una huelga que se prolongó durante meses y agravó aún más el histórico atasco judicial que padecemos. Ahora son los jueces, hartos de la incompetencia, los engaños y la chulería de este ministro los que amenazan con iniciar una huelga inédita en nuestro país. Mientras, nuestra justicia se sigue deteriorando cada día con una administración más propia del siglo XIX, la acumulación de casos sin resolverse en los juzgados y algunos fallos que deterioran aún más la imagen de la Justicia ante la opinión pública.
La gota que colma el vaso de toda paciencia democrática es la cita cinegética entre el ministro y el juez de la Audiencia Nacional que tiene abierta en estos momentos una especie de causa general contra el principal partido de la oposición. Una cita a la que acuden también la fiscal del caso y el policía que lo investiga en una cena que más parece un contubernio para dinamitar a la oposición. Una operación que resulta aberrante para cualquier sistema democrático. El comportamiento de Bermejo, que nos retrotrae a los tiempos en los que en España los destinos de la patria se decidían en cacerías donde concurrían los poderosos, ha generado el rechazo entre sus propias filas hasta el punto de que un ex ministro de Justicia socialista se ha atrevido a decir lo que muchos de sus compañeros piensan y exigir públicamente su dimisión.
Pero a pesar de su más que desastrosa gestión como ministro y de su comportamiento manifiestamente antidemocrático, dudo mucho que Mariano Fernández Bermejo presente su dimisión y más aún que Zapatero vaya a exigírsela. En realidad, Bermejo no es más que una pieza grotesca en un mecanismo puesto en marcha por Zapatero para acabar con la independencia del Poder Judicial y aniquilar de paso a la oposición democrática. Cada día que pase sin que el ministro de Justicia dimita será una prueba evidente de que quien está detrás de esta operación es en realidad el propio presidente del Gobierno. La responsabilidad política de la involución democrática a la que estamos asistiendo hay que buscarla directamente en La Moncloa.