El balance
Los objetivos del Gobierno se han alcanzado: cambiar la situación de seguridad en el sur, disminuir drásticamente la amenaza de los misiles y cohetes. Por implicación, estaba claro que liquidar a Hamás no era uno de los propósitos.
La unanimidad y entusiasmo de la retaguardia israelí durante la guerra ha quebrado con la tregua. Curioso resultado es que el vencedor político sea Netanyahu y su Likud, que desde la oposición contribuyeron apoyando lealmente al Gobierno. Pero ahora pueden proclamar "ya lo habíamos dicho" cuando en el 2005 Israel le concedió la independencia a Gaza, convirtiéndose a partir de la suspensión de las hostilidades en el portavoz de los que no se sienten satisfechos con el punto al que se ha llegado y los resultados conseguidos, lo que lo perfila como ganador en las elecciones del diez de febrero.
Lo cierto es que, en su vaguedad, los objetivos del Gobierno se han alcanzado: cambiar la situación de seguridad en el sur, disminuir drásticamente la amenaza de los misiles y cohetes. Por implicación, estaba claro que liquidar a Hamás no era uno de los propósitos. No se consideró ni posible ni deseable, puesto que una de las metas negativas fue no volver a una ocupación permanente, para lo que la supervivencia de alguna forma de Gobierno autónomo resultaba indispensable. También sabemos ahora que la entrada de las tropas en el interior de la capital se descartó desde el principio. Hubiera supuesto un éxito mucho más rotundo a un precio considerablemente más alto, pero el grado de destrucción y bajas mucho más elevado no se consideró aceptable, además de tener que preservar a un Hamás maltrecho. Desde luego, no todos están de acuerdo, pero las Fuerzas de Defensa Israelíes estaban dispuestas a retirarse desde tres días antes de que se iniciase el proceso, precisamente por haber alcanzado todas las metas específicas que el Gobierno les había marcado.
Sabemos también que la sospecha de que el acto inaugural de Obama lo tomaba Jerusalén como fecha tope de su operación se corresponde por completo con la realidad. Sabemos igualmente que las consultas y coordinación con el equipo de Obama han sido grandes.
El aspecto más débil de los resultados reside en los túneles de aprovisionamiento de armas que atraviesan la frontera entre la franja y Egipto. Mucho es lo que los bombardeos han destruido pero ya han comenzado los trabajos en otros nuevos. Ahí está la clave de que una situación similar a la que provocó la guerra no se vaya a reproducir en muy pocos años. El ejemplo del sur del Líbano está en todas las mentes. Hezbolá es ahora mucho más fuerte que en el 2006, pero también mucho más cauta y temerosa. Nadie puede estar seguro de que la permeable frontera con Egipto, el corredor Philadelphi, quede herméticamente clausurada, pero el Gobierno de Olmert considera un gran avance el haber concentrado la atención internacional en el problema, implicando a Estados Unidos y europeos y arrancando a Egipto promesas mucho más comprometedoras. Algo muy distinto del amplio acceso de Hezbolá a sus fuentes iraníes a través de Siria.
También resulta ahora evidente que la dimensión internacional del conflicto ha sido la prioritaria. Hamás no era lo más importante sino sus patrocinadores en Teherán. La alianza tácita entre Israel, Occidente y los "moderados" sunitas ha dado un paso más. Para Egipto y Arabia el peligro del hegemonismo iraní y sus inminentes logros nucleares tiene absoluta precedencia, sea cual sea su retórica dirigida a la calle árabe. Teherán sabe ahora lo que le puede suceder a sus peones si intenta lanzarlos al sacrificio por su causa. Israel no ha utilizado más que una parte de sus fuerzas contra Gaza y, a fin de cuentas, los reservitas movilizados han sido pocos. Con sus extremos así asegurados, el Estado judío puede concentrar su atención en el mucho más grave peligro nuclear que viene del Este. Si Obama no lo resuelve pronto, Israel estará una vez más lista para asumir su propia defensa. Gaza es un eslabón más de la interminable cadena de crisis medio orientales. Israel ha mejorado su posición.
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