Gaza por tierra, mar y aire
El objetivo implícito ineludible de toda la empresa es restablecer la disuasión israelí, sin la cual una agresión en cualquier punto del espectro de la violencia aumenta su probabilidad a medida que transcurre el tiempo.
No hay nada como rebajar las expectativas para evitar desilusiones. La incursión terrestre confiesa los mismos modestos objetivos que pretendía la inicial aérea: acabar con los misiles y morteros que desde hace años envenenan la vida de las poblaciones del sur de Israel. Hasta ahora tenían a su merced a unos 250.000 habitantes. La ofensiva ha poseído la amarga virtud de sacar a relucir armas de superior alcance, proporcionadas por la beneficencia bélica iraní. Con 60 Km. de radio, su tétrico mensaje puede llegar ya a un millón de israelíes, un séptimo de la totalidad. Y cada vez más lejos. Por el norte Hezbollah acumula grandes cantidades de un hasta ahora silencioso armamento de alcance todavía superior. Carece de sentido pensar las amenazas a Israel por separado. Aunque fueran independientes, se podrían simultanear. Pero no lo son en absoluto. Infligir una derrota a Hamas es asestar un duro golpe a la organización chií libanesa y a su patrono iraní.
Bien está el modesto objetivo proclamado y la advertencia pública por parte del ministro de Defensa Barak de que la ofensiva terrestre será "difícil y larga". Cuán difícil, nadie lo sabe. Larga no lo puede ser demasiado por la creciente presión internacional. En ese frente, cada víctima palestina es un tanto a favor de la organización extremista.
Las dos partes se han preparado concienzudamente aplicando las lecciones del conflicto del verano de 2006. El Estado judío corre un riesgo cierto al embarcarse en la azarosa aventura terrestre. Así como consiguió sorpresa estratégica con el comienzo de los bombardeos aéreos, ha logrado mantener la incógnita sobre la entrada en juego de sus infantes. Pero la lógica profunda del conflicto hacía disparatada su inhibición. Porque con proclamas o sin ellas, el objetivo implícito ineludible de toda la empresa es restablecer la disuasión israelí, sin la cual una agresión en cualquier punto del espectro de la violencia, desde el atentado suicida hasta pronto –si alguien no lo remedia– el extremo nuclear, aumenta su probabilidad a medida que transcurre el tiempo.
No sólo la misión asignada era inalcanzable desde el aire, sino que el punto más negro de la experiencia del 2006 para los israelíes fue el sumamente tardío y nada decisivo papel de sus fuerzas terrestres. Demostrar su disponibilidad para utilizarlas cualesquiera que sean los riesgos, era una necesidad que iba incluso más allá de las exigencias concretas de la misión. Lo que hasta ahora hemos entrevisto, dada la imposibilidad de comprobar los daños causados al enemigo islamista, es ante todo una hazaña de la inteligencia militar, que parece haber demostrado un extenso y profundo conocimiento de los objetivos, gran parte subterráneos u ocultos bajo fachadas civiles y escudos humanos, puesto que la habilidad en los bombardeos de precisión se daba por descontada. Los soldados de a pie necesitan ahora perentoriamente de esos conocimientos para encontrar a sus enemigos. Su excelente equipo nocturno es su principal ventaja. El dominio del terreno y el atrincheramiento previo, con un complejo sistemas de túneles, juega a favor de los yihadistas, aunque refugiarse bajo tierra es un arma de dos filos. La bunkerización del campo de batalla es una característica que el conflicto actual comparte con el del 2006, pero el terreno es muy diferente. 360 km2 de casi desierto convertidos en casi una ciudad. De todas formas está por ver que las tropas invasoras se arriesguen a entrar en las áreas absoluta y exclusivamente urbanas. Ese sería el último grado de osadía y determinación y prevalecer allí representaría la victoria máxima. En principio, no se lo han propuesto.
Mientras tanto, Hamas y sus hasta ahora extremadamente cautos amigos de Hezbollah se ponen a sí mismos el listón muy alto, al revés que sus rivales, con sus bravuconadas sobre Gaza como cementerio de Israel. Probablemente en no mucho más de dos o tres semanas sabremos si los muertos cuyo entierro anuncian gozan de buena salud y si su desenfrenado parloteo no es más que treta para ahuyentar el pánico. O todo lo contrario.
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