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José García Domínguez

El Marco Polo de Reus

No hay rincón del planeta Tierra en el que todos los españoles, con la meritoria excepción del padre de Artur Mas, no le hayamos costeado algunas rutinarias vacaciones al Honorable Benach.

Frente al primario jacobinismo instintivo de Tardà, que fantasea con degollar a los Borbones cada vez que le sube la bilirrubina, su compadre Benach, notorio epicúreo a pesar de haberse instruido en un jardín al más puro estilo platónico, practica el "a vivir que son dos días". De ahí que cuando el presidente del Parlament no salta a las portadas por algún asunto de reposapiés, es porque a los catalanófobos les ha dado por hurgar en esa compulsiva adicción suya a viajar de gorra. Nada menos que setenta escapaditas al extranjero con cargo al prójimo, setenta, ha cometido nuestro orondo Marco Polo de Reus a lo largo de los últimos cuatro años.

Es decir, mantener contento y entretenido al Ernest nos viene saliendo a un promedio de 1,6 desplazamientos transfronterizos al mes. Todos los meses. Todos los años. Repárese por un instante en que Su Excelencia se hace escoltar por una ingente corte de embajadores, voceras, secretarios, traductores, cocheros, propios, besamanos y simples pajes, y podrá formarse el contribuyente una idea aproximada del dispendio para el erario que supone la broma.

De la República Dominicana a Japón, de las Azores a Polonia, de París a México, de Corea del Sur a Venecia, de California a Bulgaria, de Chile a Nueva York, no hay rincón del planeta Tierra en el que todos los españoles, con la meritoria excepción del padre de Artur Mas, no le hayamos costeado algunas rutinarias vacaciones al Honorable Benach. Así las cosas, y puesto que ya todo el mundo sabe donde está Curro –haciendo cola en la oficina del Inem de su barrio –, los de Viajes Halcón quizá deberían animarse a incluir a Benach en su próximo spot televisivo.

En fin, aun encarnando en su persona la prueba viviente de que el nacionalismo es una enfermedad que, por desgracia, tampoco se cura viajando, no debiéramos ensañarnos en exceso con el Ernest. No sería justo. Al cabo, su caso apenas supone uno más entre los centenares de ministrines, chisgarabises de organismos inciertos, alcaldes egipcios, concejales de todo a cien, arbitristas con derecho de pernada, galafates de parlamentitos de la Señorita Pepys y demás fauna doméstica que anda apurando la happy hour de su vida, aquellos ansiados cinco minutos de gloria que Andy Warhol prometió a todos los don Nadie del Universo, el muy castizo "que nos quiten lo bailao".

Y aún dice que él no es español. No, qué va, este Benach debe ser un calvinista suizo. Como poco.

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