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Víctor Llano

El milagro de fray Olallo

Medio siglo de tiranía les enseñó el valor cristiano de la resignación. Celebraron entre asesinos la beatificación de Olallo y antes de regresar a lo que queda de sus casas vieron cómo un diácono le regalaba una Biblia al segundo Monstruo de Birán.

Les costó reconocerlo. No podían creer que el tirano asistiera a la ceremonia de beatificación de Olallo. Sin embargo, allí estaba, en primera fila y al lado de Eusebio Leal. Cuando disminuyó su asombro y pudieron reaccionar rogaron al que no tardaría en ser beato que impidiera que Raúl Castro medio presidiera su beatificación. Una vez más su ruego no fue atendido. Olallo les falló. Tal vez el nuevo beato no contó con tiempo suficiente para concederles lo que le pedían. Allí, entre ellos, quedó su tirano. Sus víctimas se resignaron. No les falta costumbre. Medio siglo de tiranía les enseñó el valor cristiano de la resignación. Celebraron entre asesinos en serie la beatificación de Olallo y antes de regresar a lo que queda de sus casas vieron cómo un diácono le regalaba una Biblia al segundo Monstruo de Birán.

Dicen los que pudieron escuchar su agradecimiento que Castro prometió hojearla en el avión que le lleve a Moscú cuando devuelva la visita de Medvédev. Uno de los que escuchó el agradecimiento y la promesa se hincó de rodillas y pidió al ya beato que fuera entonces cuando hiciera un milagro. No se atrevió a pedir demasiado. No rogó para que se cayera el avión. Se conformó con pedir que Castro se enamorara de un ruso y que un frenesí de noches de amor y de vodka le obligara a permanecer en Rusia hasta que más allá de la muerte Olallo le reproche sus crímenes y que con su presencia mancillara su beatificación.

Ya veremos qué responde el nuevo beato. Puede que para entonces ya se haya recuperado de la conmoción que le produjo la presencia de Castro. Los tipos que sólo sienten devoción por los pelotones de fusilamiento no suelen asistir a ceremonias de beatificación. Ya es mala suerte. ¡Pobre Olallo! Más santo que beato. Se ha ganado su gloria y la de todos sus hermanos. Su último sacrificio no fue el menos doloroso. Guardó silencio cuando vio cómo los responsables de la Iglesia en la Isla de los cien mil presos, lejos de reprochar al tirano sus crímenes, le regalaron una Biblia que compraron con el dinero de sus víctimas. No tardará en venderla si le falta liquidez para construir una nueva cárcel o pagar a un nuevo torturador. Es a lo que destinó su hermano todo lo que robó a la Iglesia Católica. A fray Olallo le consta. ¿Para cuándo un nuevo milagro?

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