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Resaca de la cumbre

Que habrá factura, a nadie le sorprende. Que la pagará España, tampoco. Y que no ha merecido en absoluto la pena, tampoco. Lo malo es que conociendo al personaje, a nadie le puede extrañar todo esto.

Ya han pasado varios días desde la cumbre –más bien cerro– de Washington, y podemos ya hacer balance de los réditos que a Zapatero le ha dado su presencia allí. Pero conviene no ir demasiado deprisa. Son varias las consideraciones que, por el bien nacional, conviene recalcar. En primer lugar, Zapatero no estuvo en Washington representando a España, sino representándose a sí mismo. Él se empeño en acudir a una reunión a la que nuestro país ni estaba invitado ni podía estarlo. Así que Zapatero no podía hablar en nombre de España aunque quisiese, que tampoco lo quiso. Antes de la cumbre se empeñó en arrastrar durante semanas el prestigio español por medio mundo, pidiendo a todo el que se cruzaba en su camino un hueco en la reunión. Involucró a nuestra diplomacia en un desmadre propio de vodevil de pueblo, encarnado en el espectáculo montado por las sillas y las banderas. Al final, Zapatero se coló en Washington con la satisfacción en su cara, pero en esa fiesta España no era más que un simple acoplado. Así que no nos engañemos. Zapatero no aportó nada a España con su presencia en Washington.

Además, en segundo lugar, España no estuvo en los preparativos de la cumbre –de hecho no está en los preparativos de casi nada–, en los que se decidió qué, cómo y para qué celebrarla. Mientras esto ocurría, España simplemente se puso al servicio de la obsesión de Zapatero por hacerse la foto en la Casa Blanca. Mientras otros se reunían para preparar la reunión, España corría de un lado a otro buscando que alguien le colara en ella. Sus gestiones no sólo no aportaron nada a España, sino que erosionaron aún más su imagen internacional –profundizando en la "diplomacia comosea"– como un país desesperado por ser reconocido hasta lo pedigüeño.

En la cumbre del pasado sábado, no estuvo España, pero sí un presidente que, de hecho, ni sabía ni tenía nada especial que decir. Así que, en tercer lugar, sus palabras en Washington pasaron por completo desapercibidas para las grandes potencias. En lo que a éstas respecta, podría haberse quedado en casa o ser sustituido por cualquier otro en la multi-silla. Si es cierto que él cree en la buena posición del mercado financiero español, fue incapaz de transmitirlo con eficacia a los reunidos. Si piensa que tiene soluciones, provocó aburrimiento. La presencia de Zapatero no sólo no aportó nada para España: tampoco aportó nada para la solución de la crisis, que será encarada por otros sin tenerlo en cuenta.

En cuarto lugar, durante estos días seguimos sufriendo la resaca de la fiesta que Zapatero se montó para sí mismo en Washington. Primero salió de manera impropia y fuera de lugar para agradecer personalmente a Sarkozy la detención del etarra Garikoitz Aspiazu: la colaboración antiterrorista no exige de ningún presidente mostrarse empalagoso con el homólogo, como ha hecho Zapatero situado aún en las nubes washingtonianas. Ahora, esperamos aguantando la respiración el precio que España tendrá que pagar por la obsesión de Zapatero de fotografiarse con Bush: la presencia de Zapatero en Washington no sólo no nos ha aportado nada, sino que nos costará. La pregunta es cuánto, si mucho o demasiado.

Con motivo de la cumbre, Zapatero ha usado la imagen de España en beneficio propio. Antes, arrastrando nuestra imagen por casi todos los continentes –le faltó la Antártida–para estar en Washington "como sea", prometiendo para ello "lo que sea" "a quien sea". Durante, disfrutó de lo lindo posando junto al presidente Bush –el de la guerra de Irak, Guantánamo y los vuelos de la CIA–, pero se mostró incapaz de defender los intereses o la imagen de nuestro país, y mucho menos de colaborar en la resolución de una crisis de la que sabe más bien poco. Después, aguantamos la respiración ante la factura gala. ¿Alguien en su sano juicio piensa que el francés se llevó a Zapatero para escuchar su receta para la crisis?

Que habrá factura, a nadie le sorprende. Que la pagará España, tampoco. Y que no ha merecido en absoluto la pena, tampoco. Lo malo es que conociendo al personaje, a nadie le puede extrañar todo esto. Así que nos queda por preguntarnos qué demonios han celebrado muchos, incluido el PP, de esta presencia de Zapatero en Washington, que ha sido inequívocamente mala para España.

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