Abdel Karim y la hipocresía occidental
La permanencia en prisión de Abdel Karim, Hu Jia y muchos otros chinos, cientos de cubanos y numerosos vietnamitas es motivo más que suficiente para que nuestros dirigentes no concedan legitimidad alguna a sus dictadores.
En algunos países del mundo criticar a los gobernantes y a las autoridades religiosas puede salir muy caro. Uno de ellos es Egipto, país al que millones de turistas (entre los que figuran muchísimos españoles) viajan cada año sin plantearse que el camarero que les atiende durante el crucero por el Nilo nunca ha experimentado la libertad de expresión. Casi nadie de entre quienes en estos momentos están visitando las pirámides o admirando los templos de Luxor ha odio hablar de Abdel Karim Soleiman. Sin embargo, su historia es una versión moderna de la que habría vivido alguien que hubiera osado alzar su voz contra la de algún faraón.
Abdel Karim es un hombre joven (tiene veinticuatro años) y valiente que se atrevió a criticar en su bitácora tanto el autoritarismo de Hosni Mubarak como a la intocable universidad islámica de Al Azhar. El alto precio que pagó por ello fue una sentencia de tres años de prisión por "insultos al presidente" e "insultos al islam". Al menos no se le impuso condena por el resto de cargos que se le imputaban, que no eran menos liberticidas. Abdel Karim ya ha cumplido dos terceras partes de su pena. A principios de mes cumplió dos años en la cárcel y lo hizo en unas condiciones que han deteriorado gravemente su salud.
Pero el tiránico régimen de Egipto, el país árabe más poblado del mundo, no se ha contentado con la prisión. Para la dictadura (a pesar de tener elecciones, éstas no son realmente libres y el presidente dispone de un poder desorbitado) no era suficiente con robarle a Abdel Karim su libertad. También le ha robado su familia, que no ha podido visitar al blogger encarcelado en ninguna ocasión durante los dos años de presidio; y tan sólo la existencia de amenazas podrían explicar que sus padres hayan llegado a criticarle en público o incluso a pedir que se le condene a muerte.
Docenas de ciberdisidentes, así como de opositores a dictaduras y periodistas que no utilizan internet, viven situaciones similares a las de Abdel Karim en el mundo. Y no hace falta irse a Egipto o a la lejana China para encontrarlos. Casos parecidos se dan o se han dado, por ejemplo, en países más cercanos como Marruecos o Túnez. Sin embargo sus dirigentes se sientan en foros internacionales o participan en cumbres bilaterales con Gobiernos democráticos en pie de igualdad. Hosni Mubarak, Ma Ying-jeou, Mohamed VI y Ben Ali, entre otros muchos dictadores, son tratados como gobernantes legítimos y respetables en la ONU y numerosas capitales europeas y americanas.
La permanencia en prisión de Abdel Karim, Hu Jia y muchos otros chinos, cientos de cubanos y numerosos vietnamitas es motivo más que suficiente para que nuestros dirigentes no concedan legitimidad alguna a sus dictadores. Son los encarcelados –o quienes callan para no acabar como ellos– quienes pagan el precio de la hipocresía de los Estados occidentales.
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