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Ignacio Cosidó

Caídos en Afganistán

Nuestra misión allí no es una simple tarea humanitaria, ni una mera misión de mantenimiento de una paz que no existe, como hasta ahora se obcecaba en vender Zapatero.

Dos soldados españoles cayeron en un atentado terrorista en Afganistán el pasado lunes. Con ellos son ya 25 los militares españoles que han fallecido en ese lejano país. Muchos españoles se preguntarán por qué han muerto el brigada Juan Andrés Suárez y el cabo Rubén Alonso en un país tan remoto y alejado del nuestros intereses estratégicos. Deberíamos tener claro que lo hicieron por defender dos cosas que nos son esenciales: nuestra libertad y nuestra seguridad. Merecen por ello nuestro máximo reconocimiento, nuestro más sincero homenaje y toda nuestra gratitud.

España se encuentra en Afganistán en una operación de la OTAN que tiene en realidad múltiples dimensiones. Por un lado, se trata de apoyar a las autoridades legítimas de ese país para garantizar la estabilidad y la seguridad de sus ciudadanos. Por otro, formar al nuevo ejército afgano y a sus fuerzas de seguridad para que en el futuro no sea ya necesaria la presencia sobre el terreno de las tropas de la OTAN. Por último, se contribuye a la reconstrucción del país, devastado por muchas décadas de guerra.

Nuestras Fuerzas Armadas realizan una contribución muy significativa a ese esfuerzo aliado en Afganistán. Más de seis mil soldados españoles han pasado por este país desde el inicio de la operación. El gobierno ha gastado ya más de mil millones de euros en esta operación militar, a lo que habría que añadir nuestra contribución con fondos de desarrollo civil. En estos momentos, casi 800 militares españoles se juegan la vida en ese escenario bélico, lo que nos convierte en uno de los países aliados que realiza un mayor esfuerzo.

La muerte de estos dos soldados ha obligado al Gobierno de Zapatero a empezar a decir la verdad sobre lo qué realmente hacemos en Afganistán. Nuestra misión allí no es una simple tarea humanitaria, ni una mera misión de mantenimiento de una paz que no existe, como hasta ahora se obcecaba en vender Zapatero. Nuestra misión allí se enmarca en una lucha global contra el terrorismo yihadista. Ese fue el motivo inicial de la operación, derribar a un régimen talibán que había dado apoyo a quienes cometieron los brutales atentados del 11 de septiembre en Washington y Nueva York, y ese sigue siendo el objetivo fundamental de nuestra misión cinco años después, como bien testimonia el sacrificio de los dos último caídos.

El problema es que la estrategia de la OTAN en este país no está funcionando y la situación de seguridad lejos de mejorar se está deteriorando aceleradamente. Hay, en primer lugar, un peligroso desfase entre los medios de los que dispone la OTAN sobre el terreno y los objetivos que pretenden alcanzar. Hay un serio problema de integración entre la operación Libertad Duradera que lidera Estados Unidos para acabar con los yihadistas y la operación ISAF de la OTAN como fuerza de estabilización. Hay también un exceso de restricciones nacionales al uso de sus fuerzas armadas en el teatro de operaciones que maniata al mando sobre el terreno y reduce en buena medida la capacidad operativa de la ISAF. La falta seguridad propicia a su vez que las tareas de reconstrucción se ralenticen y aumente la frustración de la población afgana y su animadversión por la presencia extranjera. Los aliados no han encontrado una estrategia adecuada para enfrentarse al grave problema del narcotráfico y el bandidaje que van en aumento en todo el país y financian además buena parte de la actividad terrorista. Por último, la delicada situación de Pakistán aconseja no hacer nada en Afganistán que pueda contribuir a desestabilizar a su vecino.

El nuevo presidente electo de Estados Unidos, Barak Obama, ha situado Afganistán como la prioridad de su política de seguridad. Ya ha anunciado un incremento de tropas y la petición a sus aliados europeos para que hagan lo propio. A pesar de la primera reacción del Gobierno de Zapatero tras el último atentado, será difícil que Zapatero pueda negarse a la petición de nuevo inquilino de la Casa Blanca si quiere recomponer sus difíciles relaciones con Washington y no defraudar las esperanzas puestas por el mismo en el nuevo presidente. Es más, lo más probable es que España no sólo incremente el número de soldados en Afganistán, sino que asuma además un mayor compromiso en la guerra global contra el terrorismo.

Zapatero decidió nada más llegar a La Moncloa retirar las tropas españolas de Irak y duplicar a cambio nuestro despliegue en Afganistán, adquiriendo cada vez más compromisos en este último país. La realidad es que tras muchas dificultades y a un precio inmenso, Irak parece que avanza lentamente hacia una cierta normalidad. Por el contrario, la situación en Afganistán no ha dejado de empeorar y no está aún claro cómo podrá Obama ganar esa guerra, incluso con el apoyo de Zapatero. En todo caso, derrotar a nuestros enemigos en ambos países sigue siendo un objetivo esencial para defender nuestra libertad y garantizar la seguridad de nuestras sociedades.      

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