Consumo interno
La cumbre de Washington es por tanto de consumo interno de cada país. Se entiende que Rodríguez Zapatero no haya querido perdérsela. Y se entiende que Sarkozy no haya perdido la oportunidad de venderle la entrada a un precio que ya conoceremos.
Bajo el régimen monetario de Bretton Woods, Estados Unidos se comprometía a entregar oro por los dólares que le ofrecieran. No a los particulares, como en el sistema del patrón oro universal, pero sí a los bancos centrales. Es lo que se llama liderazgo.
Y eso es justamente lo que faltará en la cumbre de Washington este fin de semana. Rodríguez Zapatero, evidentemente eufórico con su presencia allí y con su discurso ideológico, hará bien en preguntarse por qué Obama, el presidente electo de Estados Unidos, estará representado por dos personas de relumbrón pero sin experiencia en asuntos financieros, como son un antiguo congresista y Madeleine Albright, secretaria de Estado con Clinton.
A medias entre dos presidencias, la cumbre podrá como mucho iniciar el camino que un día, tal vez, conduzca a las grandes decisiones. Ahora bien, estas decisiones no serán nunca, por mucho que los socialistas se empeñen, la refundación del capitalismo ni nada parecido.
Llevado por una euforia ideológica como no había visto otra desde la caída del Muro de Berlín, el socialismo europeo está dando un auténtico recital. Por primera vez desde hace mucho tiempo, se muestra orgulloso de su condición. Gordon Brown, que se ha reconciliado consigo mismo en estas semanas, relaciona de forma misteriosa las reformas "urgentes" con la salida de la crisis. Ya se sabe lo que ha dicho Sarkozy y aún mejor sabemos lo que van a contar Jesús Caldera y José Blanco por boca de Rodríguez Zapatero.
La ofensiva ideológica debe ser entendida más que nada en clave interna. Los responsables de la crisis se la están quitando de encima trasladando la responsabilidad al capitalismo salvaje, a Bush, a Reagan, al neoconservadurismo o, en España, a Aznar. La cumbre de Washington es por tanto de consumo interno de cada país. Se entiende que Rodríguez Zapatero no haya querido perdérsela. Y se entiende que Sarkozy no haya perdido la oportunidad de venderle la entrada a un precio que ya conoceremos.
Otro aspecto es el de la fundación de un nuevo orden mundial. Con un Bush en retirada y un presidente electo que prefiere ver la cumbre desde Chicago, los enanitos podrán proclamarse grandes por un día. También este aspecto es de consumo interno.
El Gobierno socialista español ha cultivado el antiamericanismo con mimo. Le ha resultado tan rentable, que ha preferido el papel de víctima al de interlocutor. Como reveló el día 5 de noviembre el embajador de Estados Unidos en Madrid, Rodríguez Zapatero no contestó a la felicitación que le hizo llegar Bush después de las elecciones de marzo. Ahora la opinión pública española recibirá el mensaje de que su delegación, tan injustamente castigada, ha sido pionera de la nueva coalición de Gobiernos libres de la injerencia norteamericana.
La ciudad de Washington, tan hermosa en estos días de finales de otoño, resulta alérgica a la ideología. En cambio, se prestará bien a este cabildeo de intrigas y vanidades de patio trasero. Acogerá aún mejor la creación de otro gigante burocrático llamado a supervisar el "nuevo" sistema financiero. Washington no sabe de ideologías, pero sí de corrupción.
Y así, entre pequeñas intrigas y despropósitos ideológicos, los españoles probablemente habrán perdido la oportunidad de participar en la reforma del sistema financiero, allí donde hay mucho que hacer: desde restaurar la transparencia, reformar mecanismos de supervisión que han fallado estrepitosamente y responder a los retos políticos y de civilización que plantea la globalización financiera, véanse por ejemplo el asunto del crédito ruso a Islandia, las visitas de Gordon Brown a los emiratos en busca de dinero para el FMI y la propuesta de compra de Repsol por Gazprom, de la que Miguel Sebastián no se quiso dar por enterado.
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