El fraude McCain
Obama llegará a la Casa Blanca con una experiencia de gestor cero y sin haber hecho nada notable a sus cuarenta y siete años, excepto, y no es que sea poco, una brillante campaña de embaucador.
Las elecciones más largas quizás de la historia del mundo no han tenido nada de monótonas, porque han sido también las de las sorpresas, pero lo que mejor las caracteriza es el haber resultado ser las del gran fraude. Un proceso tan largo debería haber permitido conocer a los candidatos por el derecho y el revés, pero uno de los descomunales exitazos de Obama ha sido el conseguir mantener oculta su personalidad, su currículo y su ideario. Sólo atisbos y afloramientos momentáneos. No lo ha hecho solo, claro. Ha contado con la acción intimidatoria de muchos de sus partidarios y el encubrimiento igualmente coactivo de la prensa, pero lo más extraordinario es que lo ha logrado con la callada colaboración de su rival y mayor perjudicado de tamaña empresa de sustracción de la realidad.
Ese silencio culpable convierte a McCain en cómplice del gran fraude. Podía haber sido la carta que se guardase en la manga hasta el último minuto, pero va ser que no. Un "infomercial" de media hora, como el que emitió Obama hace cuatro días en las tres grandes cadenas generalistas y en una hispánica. En él podría haber tirado de la manta y descubrir todo el pastel. A un millón por cadena podía permitírselo, aunque haya recaudado mucho menos. Con su valor más que probado no podemos pensar que la omisión se deba a cobardía ante el masivo ataque de los medios, acusándolo de hacer juego sucio y en acto de supremo escamoteo, de eludir los temas importantes. Como si la realidad del próximo presidente no lo fuera. Quizás sea un sentido atrozmente impolítico de la caballerosidad, tema siempre importante en el candidato republicano, que no le excusa de su doble obligación de tratar de vencer y de desenmascarar a su rival. O un simple y monumental error estratégico y táctico.
Obama llegará a la Casa Blanca con una experiencia de gestor cero y sin haber hecho nada notable a sus cuarenta y siete años, excepto, y no es que sea poco, una brillante campaña de embaucador. Llegará como unificador cuando todo su historial es de polarizador, no en sus contenidos gestos ni en sus medidas palabras, con algún revelador desliz que otro, sino en sus hechos. Todos sus amigos, aliados, mentores y promotores son extremistas cuyas ideas la gran mayoría de los americanos aborrecen. La audaz esperanza de la izquierda que lo vota no es que tienda su mano a los conservadores, cosa que jamás ha hecho, sino que los aplaste, cosa que siempre ha tratado de hacer. Mientras tanto no quieren saber nada del pasado de su héroe que ensombrezca su esperanza.
Llegará como el gran agente del cambio que los americanos ansían, el que va a enderezar todo lo que de tortuoso e inconfesable Washington tiene, pero ha conseguido ocultar que inició su carrera ascendiendo hábilmente por la maquinaria política más corrupta del país, la de Chicago, por cuya reforma no sólo no ha movido un dedo sino que ha contado con su decidida oposición.
Exactamente lo mismo cabe decir de su corta carrera de senador en la capital del país.
Se la ha escapado que es un "distribucionista" de riquezas ajenas a través del estado Luis Candelas, pero él y sus valedores en la prensa rechazan con santa indignación la palabra "S", socialista. ¿Por qué serán tan del agrado de los que así se llaman a este lado del charco y de la muy psoedizada derecha? Y más y mucho más, que debería ser tan claro como la luz del día y es uno de los agujeros negros del universo.
Sólo queda una única esperanza: que los Clinton nunca han creído en su victoria y que Zapatero lo ha apoyado públicamente.
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