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El factor raza

El gran éxito de Obama es el haber conseguido que su voto se haya convertido en certificado de progresismo y diploma de estar libre de la peste racista.

Cuando ya están encima, de raza es de lo que más se habla. El terror de los demócratas, una cierta esperanza secreta de algunos antiobamitas, un fenomenal escamoteo de estas elecciones y un formidable chantaje de los sumamente sesgados medios que los americanos llaman mainstream (mayoritarios, teóricamente independientes y supuestamente dedicados a la información por encima de todo en realidad partidistas de la izquierda hasta el tuétano). Su buque insignia es el New York Times en la prensa escrita y la CNN en la televisión. Algo más equilibrado, pero en la misma línea les sigue The Washington Post y quizás superando en izquierdismo a la nave capitana, Los Angeles Times. Y en televisión, las tres grandes cadenas generalistas. Todos ellos han sido vehículos privilegiados de la campaña de Obama en lo que difunden, en lo que ocultan y en lo que persiguen con saña, privilegiando en esto último a la gobernadora de Alaska, desde su entrada en la escena nacional.

La raza ha sido tema central, pero tan invisible como un espíritu. Lo ha sido por obra y gracia de Obama, el mulato que escogió la negritud, de la que hizo la clave de su éxito en tan gran medida como el slogan del cambio, pero ocultando lo primero en lo segundo. ¡Qué mayor cambio que elegir a un candidato que no se parece en nada a los grandes presidentes retratados en los billetes de banco americanos! ¡Qué mayor progresismo que mostrarle al mundo que Estados Unidos pueden lo que otros no son capaces! ¡Qué mayor demostración que demostrárselo a sí mismos! Muchos de esos profesionales blancos, con carrera universitaria y acomodado nivel de vida, se han sentido tan encandilados por Obama como los jóvenes e impresionables estudiantes progres. Votar a Obama es para ellos, confesadamente, un acto de expiación y de redención. Liberarse de toda la carga racista de la historia de los Estados Unidos, como si nada valieran los ímprobos esfuerzos realizados por la sociedad americana a lo largo de medio siglo para pagar esa deuda.

Pero si los afroamericanos como un solo hombre y muchos blancos votan a Obama por ser negro, ¿cómo es posible que sea el candidato que trasciende las razas? Haber conseguido vender esta apariencia es el más formidable acto de prestidigitación de la campaña del senador. De ahí a denunciar toda crítica personal como un acto de racismo no hay más que un paso, dado subrepticiamente mil veces y de forma masiva y arrolladora otras mil con la entusiasta colaboración de los medios a los que nos referíamos más arriba y con todo el cinismo que constituye una de las características más acusadas del personaje. No sólo ha explotado a fondo esas malas conciencias seculares sino que además el tema ha servido de barrera protectora contra su realidad de creyente izquierdista y de político killer que gana eliminando previamente, con toda posible descalificación, a sus rivales primero para las nominaciones en el partido y luego a los competidores de enfrente en las elecciones de verdad. McCain no se ha atrevido a romperla, incumpliendo con su obligación de dar a conocer quién es el verdadero Obama. Los medios han disfrutado escamoteándolo y abrasando con el justiciero fuego celestial a quien lo intentase.

El gran éxito de Obama es el haber conseguido que su voto se haya convertido en certificado de progresismo y diploma de estar libre de la peste racista. Muchos en la derecha desearían haber tenido un candidato de color que izase sus banderas. Pero no valdría, porque los negros no lo considerarían negro, como la Palin no es auténtica mujer para muchas porque no ha realizado un par de abortos y Condolezza Rice no es negra porque ha hecho su brillante carrera con absoluta independencia de su color.

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