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Pablo Molina

Los liberados por fin "trabajan"

Los sindicatos no que los ciudadanos tengan las mejores prestaciones sanitarias posibles, sino que el servicio se preste por funcionarios en régimen de monopolio, sea cual sea el resultado y el nivel de satisfacción de los usuarios.

Los políticos de izquierda tienen muy poca consideración hacia la inteligencia de sus votantes, tal vez porque la miden en función de la suya propia, que no es precisamente para tirar cohetes. Este escaso aprecio hacia la condición racional de los que cada cuatro años le dan su confianza les lleva a organizar campañas tan bochornosas como la que está sufriendo el consejero madrileño de Sanidad desde hace varios meses, que roza lo delictivo pero por el lado de allá del código penal.

La única virtud de esta movilización de los cuadros de la izquierda para acosar al consejero es que, por una vez, estamos viendo a los liberados sindicales hacer algo, aunque sea malo. Últimamente tienen que andar corriendo de un hospital a otro para insultar al consejero, hacer fotocopias de carteles, llevar la cuenta de los compañeros de comando que se escaquean y gritar durante casi una hora para que los jefes no les quiten de la lista de liberados (drama del que un verdadero profesional del sindicalismo tarda mucho en recuperarse). Vean al operario de impresión y tipografía, liberado por la CGT, con su frondosa melena recogida en una elegante cola de caballo y disfrazado de médico y se harán una idea aproximada del nivel ético y estético de los profesionales del sindicalismo español, a los que, por cierto, pagamos el sueldo entre todos.

Quieren una sanidad pública. No que los ciudadanos tengan las mejores prestaciones sanitarias posibles, sino que el servicio se preste por funcionarios en régimen de monopolio, sea cual sea el resultado y el nivel de satisfacción de los usuarios. La izquierda no tolera que la gente prospere con recetas ajenas. Quiere imponer su doctrina, caduca, costosa y clamorosamente inservible, aunque sea a costa de la calidad de vida de sus propios votantes, esos que no tienen dinero para ir a una clínica de lujo o enviar a sus hijos al colegio al que D. José Blanco envía a los suyos.

En la cartelería que exhiben últimamente sus algaradas, seguramente obra de Míster Ponytail, piden que el Gran Wyoming sea el consejero de Sanidad. Se conoce que el ritmo de trabajo que la agenda de Juan José Güemes impone a los comandos de liberados les está agotando mucho y ya les está empezando a salir la vena chorra. Por cierto, prefieren al locutor de La Secta antes que al insigne doctor Montes, su icono progresista hasta hace unos meses. Es una prueba más de que ni siquiera el vivir del cuento suprime el instinto de supervivencia.

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