Horas después de que un pequeño grupo de separatistas incluyera la exaltación de los colaboradores de ETA en un acto de ultraje a España y a los españoles celebrado en Barcelona, la banda terrorista volvía a sembrar el terror colocando tres artefactos explosivos en la Costa del Sol. Miles de personas tuvieron que ser evacuadas por las Fuerzas de Seguridad del Estado, cuya rápida y eficaz actuación ha evitado una vez más la pérdida de vidas humanas.
La campaña de terror veraniego de ETA demuestra que la banda no incumple sus advertencias y que no hay peor política que la de ignorar o subestimar las
amenazas y la capacidad operativa de los terroristas. Un serio aviso para quienes en los últimos días y desde el entorno mediático próximo al Gobierno han dado pábulo a ciertos rumores sobre la supuesta voluntad negociadora de un sector del entorno de ETA-HB y la presunta división en su seno. Ni lo uno ni lo otro, sino una firme voluntad de dañar, es el único principio que guía la actuación de los terroristas. Creer otra cosa es simplemente engañarse, o lo que es peor, mentir a quienes día a día plantan cara al totalitarismo en nombre de la democracia y de todos los españoles de bien.
La nueva escalada violenta de ETA coincide además con dos hechos altamente preocupantes y que no deberían pasar inadvertidos a los ciudadanos que todavía confían en la oposición del PP a la política de Rodríguez Zapatero. Nos referimos tanto a la enésima muestra de apoyo por parte del PNV a los ex presos de ETA y a los terroristas que en breve serán encarcelados por distintos motivos de salud como al nuevo acercamiento de Mariano Rajoy a los separatistas, en este caso a los del Bloque Nacionalista Gallego.
Que el PNV siga dando aliento a los violentos en nombre de la libertad y del Estado de derecho que día a día ellos mismos socavan con sus políticas de Gobierno en el País Vasco no es algo nuevo. Sin embargo, que algo así deje de sorprender no significa que debamos olvidar el peligro que los nacionalistas suponen para la seguridad de todos, y menos aún que la táctica de la oposición consista en lograr acuerdos con quienes nunca cejarán en su empeño de acabar con la unidad de España y por ende con la libertad que tanto costó conseguir.
Por lo tanto, declaraciones como las emitidas por
Mariano Rajoy y
Manuel Fraga a propósito del diálogo y el entendimiento con el BNG en Galicia, un partido con un marcado sesgo antidemocrático y antiespañol, y la conducta de Alicia Sánchez Camacho en Cataluña, con guiños un día sí y otro también a los nacionalistas en aras de no se sabe bien qué intereses (no los de sus votantes ni los de la mayoría de los militantes que en el reciente congreso de su partido la votaron por una cuestión de disciplina), suponen el abandono de los principios de su partido. Que el PP se dedique ahora a mendigar el apoyo de quienes muestran su comprensión hacia los que el domingo propiciaron que decenas de personas estuvieran a punto de morir a manos de los terroristas es un ultraje a los que el pasado nueve de marzo depositaron su papeleta a favor de ese partido confiando en que su voto serviría para cambiar las cosas. Fiarlo todo a la pésima gestión económica del Gobierno es una táctica insuficiente. Querer complementarla pactando con los nacionalistas resulta simplemente deleznable.
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