El Alarde de Bucarest
Por lo que nos van filtrando de la ponencia política que ha de presidir el Alarde de Bucarest, la máxima prioridad doctrinal del PP será desmarcarse cuanto antes del PP.
¿Quién le iba a decir a Carod Rovira que, cuando cometió el Pacto del Tinell, en realidad estaba fijando la línea estratégica del neopepé de Rajoy? Y es que, por lo que nos van filtrando de la ponencia política que ha de presidir el Alarde de Bucarest, la máxima prioridad doctrinal del PP será desmarcarse cuanto antes del PP. Obsesión que los de Rajoy pretenden coronar promoviendo todo tipo de acercamientos, arrumacos, danzas nupciales, citas a ciegas y tocamientos varios con los micronacionalistas de cualquier pelaje o condición. Debe ser que tanto, tanto impresionó al de Pontevedra aquello del cordón sanitario que, al final, ha decidido firmarlo también él.
Claro que el cordón, en este caso, es un cíngulo monástico, o, unas disciplinas, para ser exactos. La ideología, para el señor Rajoy, es cilicio que le muerde las carnes y le impide mostrar ese perfil tartarinesco matizado por las brumas galaicas. Con los nacionalistas, sin embargo, es fama que los únicos tratos que consiguen cerrarse son los que corresponden a las "mujeres de partido" que con tanta galanura describió Cervantes y con tanta mala baba ha reciclado don Mariano. Pues incluso el Ingenioso Hidalgo, que no era precisamente un perito en asuntos carnales, sabía, por instinto, que a los nacionalistas y a las colipoterras hay que pagarles lo ajustado antes de ir a la cama, que no aceptan ni cheques, ni promesas, ni paraules d´amor, ni somnis de poeta. Y de paleto, ni soñarlo.
El Alarde de Bucarest lleva camino de convertirse en un alarde de mixtificación de las doctrinas roussonianas. El mito del buen salvaje va a ser sustituido por el del buen nacionalista al que hay que entender –¡no faltaría más!– porque sólo es cuestión de tiempo el que vuelva al redil y abandone el deje asilvestrado. Y para eso, procede callar las voces de los reaccionarios que, más que retorcidos, son Cruzados. A Rajoy le corresponde, pues, dinamitar ese telón de acero –o de grelos, en su caso– que separa a la leal oposición de la verdadera derecha, la no adúltera (da). Porque ni CiU ni el PNV han de dejar de ser católicos, apocalípticos y romanos. Lo único que se impone es integrarlos. No en España, por supuesto, sino en una comunidad "fluida" –el universo líquido, ya saben– en la que todo es discutible y discutido o, dicho en bable batua, discu rayadu. O sea, que el objetivo del PP no es hacer un trasvase, sino una captación puntual de voluntades.
¿Estamos? Pues eso.
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