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Daniel Rodríguez Herrera

El fiasco de las bibliotecas públicas virtuales

Google es una empresa privada y busca servir al cliente, mientras que la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, como tantas otras en el viejo continente, busca principalmente justificar el trabajo y las sumas invertidas en los procesos de digitalización

Un fantasma recorre Europa. Pero no es el comunismo esta vez, sino el afán por digitalizar las enormes bibliotecas públicas y poner en internet sus fondos. Es algo que siempre he defendido; cuando se discute qué puede hacer el Estado para fomentar el uso de la red mi opción predilecta es incrementar el atractivo de la red poniendo todo el material del que dispone gratuitamente en internet, a ser posible de una manera cómoda y fácilmente accesible. Poco a poco, se van obteniendo éxitos en ese sentido. Por ejemplo, parece que por fin TVE va a poner al menos una parte de sus archivos audiovisuales en su web. Razón hay para congratularse: parece que por fin podremos ver aquello que ya hemos pagado obligados.

El problema es que la mayoría de estos proyectos parecen empeñados en alcanzar grandes números de publicaciones y páginas escaneadas, que es lo que permite al político vender su gestión, en lugar de ofrecer un servicio útil al público. De hecho, muchas veces los responsables de estos proyectos ni siquiera responden a cuestiones básicas como qué está permitido hacer con los contenidos digitalizados, pregunta que repite constantemente el gran José Antonio Millán cada vez que surge alguno de estos proyectos, generalmente sin encontrar respuesta.

Recientemente he tenido ocasión de experimentar uno de estos proyectos, la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. Un proyecto notable, que recoge fondos de bibliotecas estatales de toda España y de algunas colecciones privadas, las digitaliza y las pone a disposición de todos en internet. El problema es el de siempre; recientemente era objeto de atención el hecho de que casi hubiera alcanzado los 4 millones de páginas y casi 2.000 cabeceras, siendo la publicación más antigua de 1777. Pero nadie reparaba en lo difícil que es utilizarla y lo poco útil que termina siendo. Resulta que se busca por título, por fecha o por biblioteca donde se guarda. Si pese a todos encontramos algo que nos interese accederemos no a la publicación sino a una ficha técnica en la que se esconde un enlace titulado "copia digital". Ahí podremos navegar en busca del ejemplar que nos interesa, que podremos ver en imágenes (una por página) o descargar en un PDF que básicamente consiste en agrupar todas las imágenes una detrás de otra.

Comparémoslo con Google Books. En principio hay una única caja de búsqueda. Usted pone un término en ella y le devuelve libros donde ese término esté en la editorial, el título, el autor y, sobre todo, el contenido. En algunos de ellos, básicamente los de dominio público, podremos acceder al contenido completo, que podemos consultar online con un interfaz web muy cómodo o descargar en PDF o texto. En resumidas cuentas, un servicio cómodo de usar y muy práctico para el usuario.

De acuerdo que hay proyectos de bibliotecas virtuales públicas más lustrosos que la de prensa histórica. Por ejemplo, está la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, a la que
he criticado agriamente pero que en comparación es una delicia. Pero todos padecen en mayor o menor medida del mismo defecto. Quizá sea porque Google es una empresa privada y busca servir al cliente, mientras que la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, como tantas otras en el viejo continente, busca principalmente justificar el trabajo y las sumas invertidas en los procesos de digitalización. Y para eso sólo hacen falta números.

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