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Antonio Robles

El enigma y triunfo del PSC en Cataluña

Desde siempre, el hábil Jordi Pujol persiguió y consiguió que fuera el PPC (en el pasado AP) el que cargara con la vitola de derechas que tan mala fama tiene por estos lares y, de paso, convertirlos en los herederos naturales del franquismo

El triunfo del PSC en las elecciones generales en Cataluña ha dejado a los comentaristas políticos fuera de juego. No encuentran explicaciones; como si fuera un arcano inaccesible a nuestra comprensión, optan, la mayoría, por abandonarlo al misterio extravagante de una comunidad convulsa. Pero claro que tiene explicación, siempre la ha tenido.

No es, sin embargo, demasiado fácil explicar cómo es posible que un partido en cuyo mandato se le hundió el Carmelo, se impidió a la prensa acceder a informar sobre esa catástrofe, alejó a los trenes de cercanías de las sociedades desarrolladas, incumplió con el AVE, dejó a oscuras la ciudad de Barcelona en un apagón monumental y en varias réplicas, como en los terremotos, nos convirtió en un país tercermundista y para colmo abrió la caja de Pandora con el Estatut y las multas por la rotulación en castellano. No, no es fácil explicar por qué ha barrido en las elecciones generales en Cataluña. Pero se puede, como se pueden explicar las alas de plomo del Partido Popular que una vez más ha demostrado su incapacidad y su falta de imaginación para remontar el vuelo de una vez en Cataluña.

Empezaré por este último, porque precisamente su análisis es la mejor manera de explicar el triunfo del PSC.

Desde la descomposición de UCD de Adolfo Suárez y la implantación de CiU, los populares disputan un espacio ideológico de centroderecha que ya está ocupado por el partido nacionalista de CiU. Desde siempre, el hábil Jordi Pujol persiguió y consiguió que fuera el PPC (en el pasado AP) el que cargara con la vitola de derechas que tan mala fama tiene por estos lares y, de paso, convertirlos en los herederos naturales del franquismo; de esta sutil manera, Jordi Pujol y su partido ya no serían derecha a pesar de serlo hasta la médula, sino los representante del catalanismo en Cataluña y la minoría catalana en Madrid. El truco les ha sido tan rentable, pues se mantuvo 23 años en el poder en una comunidad con mayoría sociológica de centro izquierda.

El primer problema, por tanto, para el PP, sería la falta de espacio natural, pero sobre todo el estigma de partido de ex franquistas que el catalanismo y la izquierda nacionalista han logrado asignar a la derecha. Sin lugar a dudas, es la comunidad autónoma donde el cliché, el estereotipo de la derecha cavernícola ha cuajado con mayor fuerza. El pack de ese estereotipo lleva incluidos todos los rituales y conceptos que han fraguado a lo largo del tiempo en el odio contra todo lo español o que el catalanismo, con simplicidad adolescente, identifica con la dictadura, los obispos bajo palio, la regla de atizar en la escuela franquista, la soberbia castellana, la España del Conde Duque de Olivares y las balanzas fiscales; hasta las ligas robadas por el Real Madrid al Barça se le achacan, para así disculpar las frustraciones propias en un culpable perfectamente identificable.

Este marco mental es como una cárcel con gruesos barrotes que impiden al PP expandirse o ser un partido entre otros. El PPC es el mal, el enemigo de Cataluña, la derecha casposa, cavernícola, los falangistas del ABC, los herederos del Concilio de Trento que van todavía con el silicio en la bragueta sin comprender a los homosexuales. Importa poco que CiU esté tan en contra de la asignatura de Educación por la Ciudadanía como el PP, esté en contra del aborto o del derecho a una muerte digna como el PP, defienda los mismos rituales religiosos católicos que el PP o tenga menos mujeres entre sus filas que el PP. Poco importa la realidad: el PP es el carca y CiU es el moderno, abierto, dialogante; es decir, es el catalanista. Ya saben, el otro es el españolista, es decir, el cutre.

Hay muchos recursos intelectuales para definir esta telaraña de estereotipos que acaban por condenar al ostracismo social a quien queda atrapado en su maya. Pero quizás sea el de los "marcos mentales" de George Lakoff es uno de los que mejor lo defina: "Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo... Son estructuras de nuestro cerebro a las que no podemos acceder conscientemente, pero que conocemos por sus consecuencias: nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común".

Es a través de esos marcos mentales como juzgamos las cosas, las deseamos, las rechazamos o las justificamos. Desgraciadamente para el PPC, el marco mental instalado en el inconsciente cognitivo de la mayoría de los catalanes es terriblemente negativo y por lo mismo, condiciona negativa y completamente el modo de percibirle sin prejuicios. Mientras no logre cambiar esos marcos mentales, importará poco lo que sea en realidad, pues el marco es el que impone el modo de ver la realidad. Mientras no lo cambie, el PPC estará condenado a ser un partido minoritario. Y precisamente en estas últimas elecciones no ha conseguido hacerlo. La campaña que le montó el PSOE con los obispos fue definitiva. Cada vez que aparece una simple referencia a los estereotipos activa el marco mental y lo refuerza. La campaña de estos cuatro años de Zapatero y los nacionalistas de izquierdas ha ido en esa dirección: memoria histórica, matrimonio homosexual, papeles de Salamanca, concentraciones de obispos, campañas contra la asignatura Educación para la Ciudadanía... en todos ha caído el PP en la trampa. O eso o queel alma liberal que en cuestiones morales debería tener un partido nacional de centro derecha como el PP aún está en pañales.

Aún así, los resultados del PPC no han sido malos; ha subido dos diputados, posiblemente por el atrevimiento de su líder nacional de prometer una ley de lenguas para garantizar la enseñanza del castellano en cualquier lugar de España. Aunque también por esa misma razón es posible que, temerosos ante un posible triunfo del PP, los nacionalistas independentistas hayan sacrificado su voto para reforzar a Zapatero (que no al PSOE).

En cualquier caso, decía al principio que intentaría explicar el triunfo inexplicable del PSC a través del análisis del PP. Vamos a ello:

Los populares de Cataluña han hecho una campaña acomplejada, mientras Rodríguez Zapatero haciendo gala de las mejores formas, ha desatado la campaña más sucia de las posibles, aquella que intenta satanizar tanto al otro que la sola posibilidad de que gane levanta pavor. Por el otro bando ha hecho lo mismo. Graso error. Ese pulso a vida o muerte, además de ser muy poco democrático, ha activado los marcos mentales más tópicos de Cataluña y ha logrado crear una atmósfera de pánico entre los nacionalistas que han acabado por votarle. Todo menos que gane el PPC. En él están concentrados todos sus odios y frustraciones; es tanta la fobia a este partido que con tal que no gane han sido capaces de votar como mal menor a quien en el fondo ven vulnerable a sus presiones nacionalistas. Seguro que no les pasó desapercibido el apoyo de Zapatero a las sanciones lingüísticas en las últimas horas de campaña.

Sin embargo, esa catarata de votos no vino sólo de ERC e ICV. La veta del cinturón industrial sigue dando resultados en las generales aunque mengue en las autonómicas. Una vez más, el PSC gana las primeras, como siempre ha hecho, a pesar de que sistemáticamente pierda las segundas. Hasta estas elecciones había una diferencia media entre unas y otras del 12,3%, pero ahora la media ha subido al 14,65% debido a la gran diferencia que ha habido entre la participación de las últimas autonómicas del 2006 y las generales del 2008: un 17,01%.

El tradicional votante de origen inmigrante castellanohablante sigue votando al PSOE y a Felipe González a pesar de la evidente deriva nacionalista del PSC. En realidad, en sus ecosistemas sociales y laborales, ubicados normalmente en los cinturones industriales de las ciudades y ahora también en la costa, la presión nacionalista no tiene visibilidad. Por eso se le hace muy fácil al PSC hacer dos discursos completamente distintos, uno para ellos y otro para las instituciones y el poder. La inmersión lingüística y últimamente la defensa de la nació catalana del nuevo Estatut son sus dos mayores contradicciones, pero no han hecho mella en su electorado. Es evidente que tiene un colchón de votos importantísimos en las generales que no viven la realidad nacionalista. Su clase social, sus trabajos, su hábitat y sus formas culturales las viven al margen. Es una manera de desentenderse de la realidad autonómica. Una bendición para el PSC y para el nacionalismo catalán en general.

A pesar de todas estas evidencias, o precisamente por ellas, que nadie se lleve a engaño. Las próximas elecciones autonómicas volverán a situar al PSC a tiro de los nacionalistas. De la misma manera que en España el original es mejor que la copia; en las autonómicas, el votante nacionalista lo hará por el original y el PSC, a pesar de sus esfuerzos acomplejados, sólo es una copia, eso sí, lo suficientemente clara como para que esta cascada de votos de la cultura nacional española le dé la espalda una vez más. Ha jugado tanto en el campo nacionalista, ha modelado con tanta eficacia los marcos mentales que satanizan tanto a buena parte de quienes le votan, que ya sólo les queda esperar a sobrevivir disimulando. O si quieren decirlo de otra manera: están haciendo ya de nacionalistas light.

Es evidente que en estas elecciones los nacionalistas han bajado mucho. En realidad, no han dejado de hacerlo desde los años ochenta, pero sin embargo gobiernan las comunidades en las que están (Cataluña y País Vasco) desde la transición. Siempre en el centro de atención, siempre haciendo cábalas para cuadrar su influencia y sus chantajes. Y todo porque en España un hombre no vale un voto. Si se recuperase ese axioma democrático en una reforma electoral, los nacionalistas abusarían menos.

No parece de recibo que IU haya sacado 963.040 votos y sólo haya conseguido dos diputados, costándole cada uno de ellos 481.520 papeletas, mientras que CiU ha conseguido diez escaños con muchos menos votantes: 774.317. O sea, que le cuesta cada asiento en el Parlamento 77.431 votos.  La relación es escandalosa en el resto de partido minoritarios nacionalistas: EAJ-PNV con 303.246 saca seis diputados (50.551 votos cada uno); ERC con 296.473 saca tres (98.824); BNG con 209.042 saca dos (104.521); CC-PBC con 164.255 obtiene dos (82.127); y NaBai con 62.073 obtiene uno.

Sin embargo, otro de los partidos de ámbito nacional UPyD, como en el caso de IU, de ámbito estatal también, sólo obtiene un diputado a pesar de haberles votado 303.535 ciudadanos. ¿Cuánta representación tendrían los nacionalistas si un hombre valiera realmente un voto? Estas balanzas sí que son injustas y no las fiscales de las que tanto protestan.

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