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Psicoanalizando al PP

Se curaron preventivamente en salud respecto a las inquietudes acerca de su propia legitimidad negando de manera implacable el carácter democrático de sus adversarios políticos, acosándolos incesantemente con un Niágara de descalificaciones

En su artículo Apuesta arriesgada, Javier Pérez Royo expone una tesis torticera: el PP ha elevado la apuesta propia de toda elección –el Gobierno del país– pretendiendo que los ciudadanos confirmen su tesis de la ilegitimidad del período Zapatero, por su origen en el 11-M, lo que justificaría una acción revisora de todo lo hecho en estos cuatro años, poniendo al PSOE, manchado de ilegitimidad, en una posición imposible para bastante tiempo, y reabriendo así la crisis de sucesión de Felipe González, cerrada con Zapatero. Si la apuesta no es confirmada por el electorado, se vuelve contra el PP. Son 20 años de su "relato" los que quedan arruinados, tanto cuando estuvo en el poder como cuando fue oposición. El PP tendría que refundarse.

Una interpretación de diván de psiquiatra. Pérez Royo ha recostado al PP y de los fantasmas de su cerebro colectivo ha extraído esta esclarecedora racionalización que deja al desnudo veinte años de historia y vaticina, más o menos, las dos próximas décadas. No sólo nos jugamos el futuro, lo que siempre sucede, pero sólo por cuatro años, sino también el pasado. Y los electores se quedarían con las manos atadas para varias legislaturas, no se precisa cuantas, en las que indefectiblemente no tendrían más remedio que repetir su voto. Si el PSOE gana, ¡oh maravilla!, tranquilos durante un buen número de años, pero si pierde, ¡ay infelices!, no habrá quien se quite al PP de encima en unas cuantas elecciones.

Pero los psicoanalistas deben ser largamente psicoanalizados antes de consagrarse al oficio y en el caso del zapaterismo y sus apologetas no hay mucho que escarbar, porque lo suyo no está escondido en profundos entresijos de su psique sino que luce explícito en infinidad de declaraciones, desde las conferencias de prensa de José Blanco a los artículos de Pérez Royo, como el que nos ocupa, en el que trata de movilizar a sus filas infundiéndoles pavor sobre lo que se les viene encima si no se andan listos y llenándoles el corazón de anticipado gozo sobre los pingües beneficios políticos que les aguardan si caminan hacia las urnas con pies ligeros.

Celoso guardián del secreto profesional, Pérez Royo no apoya su osada y conveniezuda teoría ni en una sola cita de los oscuros sueños de los populares. Pero quien no tenga un avanzado Alzheimer podrá recordar cómo a partir de aquel 15 de marzo los socialistas se movieron frenéticamente reclamando por todas partes que nadie pusiese en duda su legitimidad. Y no hace falta ser un empedernido lector de Freud para saber qué tipo de complejo encubre eso. No moral, desde luego, pues contra ello están eficazmente vacunados, pero sí político, lo cual, una entera legislatura después, rezuma por todas las letras del artículo de Pérez Royo.

Así como anticiparon una labor de gobierno en la que el engaño ha jugado un papel estelar tachando apocalípticamente de mentirosos a los populares, se curaron preventivamente en salud respecto a las inquietudes acerca de su propia legitimidad negando de manera implacable el carácter democrático de sus adversarios políticos, acosándolos incesantemente con un Niágara de descalificaciones, como extremistas de derecha, franquistas cuando no abiertamente fascistas o asesinos por haber apoyado Aznar, política que no militarmente, la liberación de los iraquíes, mientras sellaban escrupulosamente su boca respecto a la masiva actividad de los terroristas que han asesinado a decenas de miles de ellos.

No habrá de qué extrañarse si los votantes del PP se sienten cruelmente vejados por ese reiterado comportamiento y consideran que rompe las reglas del juego democrático, como lo hace el gobernar descaradamente para una mitad del país con el propósito de clausurar toda oposición y excluir a perpetuidad del poder a una opción política que cuenta con aproximadamente los mismos votos que sus exterminadores.

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