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EDITORIAL

Vencer o convencer

Frente al uso y abuso de la propaganda, único arte en el que los socialistas son netamente superiores, Rajoy sólo puede seguir confiando en sí mismo y no perder de vista bajo ningún concepto cuál es el papel que juega en este drama

En los debates electorales no se vence, se convence. Los políticos que enfrentan sus argumentos delante de millones de espectadores no son jugadores de fútbol a quienes se juzgará por el tanteo final, sino un candidato que quiere llegar a presidente y un presidente que se ha presentado como candidato. Esta es la naturaleza de todo debate electoral televisado. Uno ataca y otro se defiende. Uno pide explicaciones y otro las da. Uno promete y el otro da cuentas de la gestión realizada. A fin de cuentas, la política consiste, esencialmente, en el juego de gobernar y sólo un presidente lo hace con letras mayúsculas.

Si el presidente metido a candidato consigue ser convincente habrá salido bien librado del brete. Si el candidato que quiere ser presidente hace lo propio, su credibilidad como alternativa habrá ganado muchos enteros. En el debate del pasado lunes Mariano Rajoy, el aspirante, hizo los deberes y se presentó con un rosario de demandas que apabullaron al que hoy ocupa la poltrona. Por el contrario, José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente, no ejerció de tal. Travestido de eterno candidato de oposición defendió entre balbuceos y con datos en su mayoría falsos una gestión pésima, al tiempo que realizaba un inexplicable viaje al pasado para echar en cara sus hallazgos al aspirante.

Eso, evidentemente, no es un debate, es el corolario lógico de una legislatura anómala en la que el Gobierno presente ha combatido con todas sus fuerzas al Gobierno anterior. Los monotemas predilectos de Zapatero y su séquito ministerial se dieron cita frente a las cámaras de televisión en un despropósito que, afortunadamente, Rajoy supo neutralizar con maestría. Gracias a eso podemos hoy hablar de debate y no de un extemporáneo y absurdo tercer grado al ex ministro de Interior.

Lo que para la mayoría de ciudadanos ha quedado claro, es decir, un debate reducido a un cruce mutuo de reproches cuando, en estas circunstancias, el que reprocha es el opositor y no el gobernante, no lo ha sido tanto para los grandes medios de comunicación. Gracias a apresurados sondeos –algunos a través de SMS– toda la panoplia mediática del Gobierno se esforzó en decir a la nación exactamente lo contrario de lo que había escuchado con sus propios oídos. Para Zapatero y su legión de asesores lo importante no era que el presidente convenciese a los españoles de que estos cuatro años habían merecido la pena, sino grabar a fuego mediante simple repetición que Zapatero venció, que es mejor que Rajoy y que, digan lo que digan, no hay alternativa. En una palabra, reducir el debate a una consigna digerible por cualquiera: "ZP ha ganado".

Frente al uso y abuso de la propaganda, único arte en el que los socialistas son netamente superiores, Rajoy sólo puede seguir confiando en sí mismo y no perder de vista bajo ningún concepto cuál es el papel que juega en este drama en dos actos. Su misión en el próximo debate no es sólo exponer de un modo positivo su programa. Para eso, a fin de cuentas, ya están los mítines y las caravanas electorales. Debe proponerse no pasar una y poner a Zapatero contra las cuerdas trayéndose al presidente a su terreno. Desarmar las triquiñuelas antes de que cobren cuerpo y centrarse en lo que realmente importa a los españoles, que no es, necesariamente, lo que más suele importar a los políticos. Debería tomárselo muy en serio pues no va a tener más oportunidades de hacerlo, al menos delante de varios millones de votantes a una semana de las elecciones.

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